jueves, 5 de junio de 2008

Practicum - salesianos de atocha

Actividades Primera Fase

1. Observación y análisis del Centro y del Aula.

a. Centro
• Datos de identificación: nombre, titularidad, situación, descripción, etapas, distribución de espacios y horarios, recursos materiales y humanos, otras actividades o servicios educativos, programas de atención a la diversidad,…
• Nombre del Centro: Salesianos de Atocha
• Situación: Ronda de Atocha, zona céntrica muy bien comunicada. El Centro está enclavado junto a una parroquia regida por Salesianos
• Cuentan con 50 ACNEEs de los cuales 16 están diagnosticados como alumnos de educación especial, 28 son alumnos con Necesidad de Compensación educativa y 6 pertenecen al Aula de Enlace. Además hay un grupo elevado que está participando en el programa de Refuerzo Educativo
• Durante estas dos semanas he estado en 3A
• Uno de los días estuve con 4 años ya que había programada una excursión a un teatro, y los profesores en prácticas debíamos acompañarles para ver como se organizaba una salida del centro.
• El aula en el que he estado este mes fue 1º de Infantil A, bajo la tutoría de Dolores Roldán, integrada por 26 alumnos entre 3 y 4 años



b. Aula
• Clase de primero de educación infantil con alumnos de 3 y 4 años
• El aula está provista de estanterías con gavetas para uso de los alumnos, donde guardan los libros.
• La estantería que hay nada más entrar al aula está equipada con:
o Juegos estructurados (pinchos, collares, contrucciones...)
o Gavetas con material para plástica (pìnturas, rotuladores, pegamento...)
o Cajas con folios de papel (charol, pinocho, de seda...)
• En el aula se llevan a cabo diversos recursos educativos y metodologías, principalmente se intentaba captar la atención de los niños mediante canciones o rimas sobre las normas de conducta para conseguir que el niño modificara su comportamiento.
• Los contenidos educativos se explicaban durante un período corto de tiempo para favorecer el entendimiento, asimilación y memorización de los nuevos contenidos explicados.
• Para modificar una mala conducta de un niño siempre se hablaba con él, se intentaba que entendiese las repercusiones que pueden tener sus acciones. Pero si el mal comportamiento se producía durante la realización de la Asamblea, el niño amonestado debía pedir disculpas y era enviado a su silla, no dejándosele participar.
• Había una gran variedad de recursos materiales en el aula, desde simples muñecas hasta las cocinitas, el mercado o las construcciones. A lo largo de la mañana se utilizaban muchos de estos materiales para la explicación.
• El aula estaba dotada de una televisión, un DVD, un radiocasete y un ordenador.
• El grupo consta de un total de 26 alumnos divididos en cuatro grupos según colores (rojo, amarillo, verde y azul). De cada grupo se elige todos los días un encargado al que se le da una medalla del color de su grupo con una forma geométrica.
• De los 26 alumnos del aula, tres de ellos, con retraso madurativo, necesitan refuerzo de la PT dos días a la semana.


ANÁLISIS DE LA REALIDAD

a) Desde el punto de vista objetivo

1.1. Ubicación del Centro
El Centro “Salesianos Atocha” está situado en una zona muy bien comunicada, lo que facilita el acceso de nuestro alumnado. Es ésta una zona céntrica, en su mayoría con edificios de más de 50 años de construcción y con abundantes zonas comerciales que dan trabajo a un alto porcentaje de los padres que en ella residen.

Sin embargo, la barriada puede calificarse de “vieja”, al estar habitada preferentemente por matrimonios entre los 50 y 60 años, con una preparación de estudios elementales (53%), estudios medios (29,5%) y estudios superiores (17,5%).

El Centro está enclavado junto a una Parroquia regida por los mismos Salesianos, lo que establece un entorno cultural propenso a la religiosidad; aunque va disminuyendo con el paso de los años.

En su entorno existen unos 12 colegios, lo que no crea excesivos problemas de escolarización, aunque la demanda de plazas para este Centro muy elevada en peticiones por parte de los padres.

Las familias de los alumnos tienen una media de edad de 35-40 años y una media de dos hijos por familia. Socialmente provienen de la zona en la que está enclavado el Centro.

Un 35% de estos padres han hecho estudios primarios y un 39% han cursado el bachillerato o Formación Profesional, mientras que otro 25% tienen titilación universitaria.

Se trata de familias que, en general, acuden a las convocatorias del colegio en un porcentaje elevado y que pertenecen, en su mayoría, a la AMPA.


1.2. El alumnado
Al Centro acuden en el presente Curso 2007-08 un total de 2317 alumnos/-as, matriculados en las distintas Secciones, distribuidos en:

1.2.1. Educación Infantil
Curso Unidades alumnos alumnas total
Primero (3 años) 3 45 37 82
Segundo (4 años) 3 43 38 81
Tercero (5 años) 3 51 33 84
total 9 139 108 247










1.2.2. Educación Primaria
Curso unidades alumnos alumnas total
Primero 4 68 37 105
Segundo 3 50 40 90
Tercero 3 45 39 84
Cuarto 3 48 33 81
Quinto 3 42 41 83
Sexto 3 45 40 85
total 19 298 230 528

Además, hay un aula de Enlace y otra de Integración. El número de alumnos/-as puede ir variando según va avanzando el curso y son enviados nuevos alumnos/-as por la Comisión de Escolarización.
En Refuerzo Educativo están 59 alumnos/-as: 10 en Primero; 9 Segundo; 10 en Tercero; 9 en Cuarto; 9 en Quinto; y12 en Sexto.
ACNEE se atienden: 2 alumnos/-as, en Segundo; 1 en Tercero; 2 en Cuarto; 2 en Quinto; y 3 en Sexto (hay 1 alumno pendiente de valoración, en Primero).

1.2.3. Educación Secundaria Obligatoria
Curso unidades alumnos alumnas total
Primero 4 63 62 125
Segundo 4 73 53 126
Tercero 4 77 45 122
Cuarto 4 58 67 125
total 12 271 227 498

Hay un aula de Enlace (con número variable de alumnos/-as, a lo largo del Curso); un aula de Compensatoria y otro de Refuerzo Educativo, en el Primer Ciclo; y dos aulas del Programa de Diversificación Curricular, en el Segundo Ciclo.

1.2.4. Bachillerato
Curso unidades alumnos alumnas Total
Primero 5 105 73 178
Segundo 7 99 113 212
total 12 204 186 390

Los alumnos/-as están repartidos entre las especialidades de: Humanidades y CC. Sociales (165), CC. Naturales y de la Salud (161) y de Tecnología (64)

1.2.5. Formación profesional
Hay un total de 654 alumnos/-as, distribuidos en las especialidades de:
 Mecánica/mantenimiento: 147
 Electricidad/electrónica: 231
 Artes Gráficas/audiovisuales: 178
 Delineación: 48
 Integración Social: 50








1.2.6. Compensación Educativa e Iniciación profesional
Hay un total de 71 alumnos/-as, distribuidos:
 Iniciación Profesional-
o Operario Montador de equipos electrónicos e informática: 14
o Operario refrigeración y climatización: 15
o Operario de imprenta rápida y manipulados: 15
o Operario mantenimiento mecanizado máquinas y herramientas: 13
 Compensación Educativa-
o Artes Gráficas: 5
o Electricidad: 9

1.3. El Equipo Docente
Para el desarrollo de la actividad docente se cuenta con:

1.3.1. Educación Infantil
Director Pedagógico: 1 (el mismo que EP)
Tutores/-as: 9
Orientador/-a:1
Coordinador de pastoral: 1 (el mismo que EP)
Especialistas en Inglés: 1
Profesores de Apoyo: 1
PT: 1
Total Profesores: 13

1.3.2. Educación Primaria
Director Pedagógico: 1 (el mismo que EI)
Tutores/-as: 19
Orientador/-a: 1
Coordinadores Didácticos: 3
Coordinador de Pastoral: 1 (el mismo que EI)
Profesores del Aula de Enlace: 1
Profesores del Aula de Compensatoria: 1
Profesores Integración: 2
Total Profesores:

1.3.3. Educación Secundaria Obligatoria
Director Pedagógico: 1
Coordinadores Didácticos: 2
Coordinadotes de Pastoral: 2
Orientador/-a: 1
Tutores/-as: 16
Profesores Aula de Enlace: 5
Profesores PDC: 2
Total Profesores: 30

1.3.4. Bachillerato
Director Pedagógico: 1
Coordinador de Pastoral: 1
Orientador/-a: 1
Tutores/-as: 12
Total Profesores:




1.3.5. Formación Profesional
Director Pedagógico: 1
Coordinadores Didácticos: 2
Coordinador de pastoral: 1
Orientador/-a: 2
Tutores/-as: 18
Total Profesores: 52

1.3.6. Compensación Educativa e Iniciación Profesional
Coordinador Didáctico: 1
Orientador/-a: 1
Tutores: 6
Total Profesores: 11

1.4. Los espacios
Para el desarrollo de la actividad docente se cuenta y utilizan los espacios siguientes:

1.4.1 Educación Infantil
9 aulas
1 sala de psicomotricidad
1 aula de informática
1 sala de música
2 servicios
1 despacho de orientación
2 recibidores
1 patio de juego “corralito”
1 terraza (en la planta superior-azotea)

1.4.2. Educación Primaria
19 aulas
1 aula de Enlace
1 aula de Integración
1 aula de informática
1 aula de música
1 despacho de dirección
1 despacho de orientación
2 recibidores
2 servicios
1 terraza (en la planta superior-azotea)

1.4.3. Educación Secundaria Obligatoria
16 aulas
2 aula para el Programa de Diversificación
1 aula de Compensatoria
1 aula de desdoble-refuerzo educativo
1 aula de Plástica
2 aula de Tecnología
1 aula de Música
2 aula de Informática
1 sala de informática para profesores
1 sala de lectura
1 sala de reuniones
2 salas de profesores
1 despacho de dirección
2 despachos de coordinación didáctica
1 despacho de coordinación pastoral
1 despacho de orientación
3 recibidores
5 servicios

1.4.4. Bachillerato
12 aulas
2 aulas de Informática
1 aula de Tecnología
1 laboratorio de idiomas
1 aula de audiovisuales
2 salas de profesores
1 sala de reuniones
1 despacho de dirección
1 despacho de pastoral
1 despacho de orientación
2 servicios

1.4.5. Formación profesional
- Departamento de Mecánica:
o 15 talleres
o 1 sala de profesores
o 1 despacho de jefe de departamento
o 2 servicios
o 1 vestuario
- Departamento de electrónica
o 10 talleres
o 1 almacén
o 1 despacho
o 1 sala de profesores
o 2 aulas de informática
o 2 servicios
- Departamento de artes gráficas
o 10 talleres
o 1 despacho
o 1 almacén
o 2 servicios
- Departamento de delineación
o 3 talleres
o 2 servicios
- Espacios comunes
o 14 aulas
o 1 aula de informática
o 1 sala de vídeo
o 1 sala de profesores
o 1 sala de informática para profesores
o 5 despachos
o 1 servicio de profesores






1.4.6. Espacios comunes
Teatro Don Bosco
Centro Don Bosco
Comedor
Cafetería
Patio
Gimnasio
Laboratorios
3 recibidores (entrada Ronda de Atocha)












































2. Observación, reflexión y vinculación entre contenidos de las distintas áreas desarrolladas en tu proceso de formación y su aplicación práctica en el aula. Relacionar con las siguientes materias:

 Didáctica General
 Bases Psicopedagógicas de la Educación Especial
 Nuevas Tecnologías Aplicadas a la Educación

En relación con la Didáctica general, los temas que se trataban en el aula estaban relacionados en todas las asignaturas.
Un tema que debía tratarse en una unidad didáctica debía ser trabajado desde todas las asignaturas, ya que cada una aportaba un punto de vista diferente acerca de ese contenido para una mejor comprensión del mismo por parte del alumnado
Cada área tiene su propia metodología sacada de las teorías de los principales pedagogos especialistas en un área específica.

En relación a la asignatura de Bases Psicopedagógicas de la Educación Especial, he podido comprobar que en el aula podíamos encontrar alumnos con adaptaciones curriculares significativas o no significativas.
En el grupo encontré cuatro alumnos con adaptaciones curriculares, tres de ellas no significativas y una última significativa en relación a las dificultades que presentaban dichos alumnos.
La adaptación no significativa del alumno “M” fue elaborada por la tutora, haciendo énfasis en los contenidos explicados durante el primer trimestre. La programación que debía seguir el alumno fue creada por la Profesora Terapéutica (PT), la tutora y la orientadora, adaptando los objetivos a su nivel.
Actualmente, uno de los alumnos con una adaptación curricular no significativa ha sido sometido a un estudio para modificar su adaptación curricular, y ser cambiada a significativa, ya que el retraso que experimenta con el resto de la clase es cada vez mayor debido a un retraso madurativo.

El aula se relaciona con las Nuevas Tecnologías mediante los aparatos electrónicos que integran el aula, ya sea la televisión, el ordenador, el radiocasete y el reproductor de DVD.
A partir de Semana Santa han comenzado a dar uso al ordenador, familiarizándose con él y sus elementos gracias a programas con dicho fin.




















3. Observación y análisis sobre la aplicación del currículo que orienta y guía la práctica docente en el aula.

 ¿Existe un Proyecto Educativo del que se derivan el resto de documentos del Centro? Indica algunos rasgos característicos del Proyecto Educativo (metas educativas, valores, relación y participación de los diferentes miembros de la Comunidad Educativa…)

PROGRAMACIÓN GENERAL ANUAL DEL CENTRO
1. OBJETIVOS
- Objetivo general
“Reavivar la pasión educadora de Don Bosco y renovar la presencia educadora entre los niños y jóvenes”
o Con la formación en la pedagogía de Don Bosco
o Con la mejora en la forma y el desarrollo de la acción tutorial
o Con la apuesta por una excelencia educativa
2. OBJETIVOS Y LINEAS DE ACCIÓN
- EDUCACIÓN INFANTIL Y EDUCACIÓN PRIMARIA
o Comunidad educativa
 Objetivos específicos
• Promover la interculturalidad, fomentando las relaciones grupales entre todos los miembros de la CE
• Asimilar el SGC implantado en el centro, como punto de partida hacia la excelencia educativa
 Líneas de acción
• Desarrollo de las relaciones entre los miembros de la CE
• Seguimiento periódico del Sistema de Gestión de Calidad
• Estímulo de las actividades deportivas
• Estímulo del diálogo y la convivencia entre los miembros de la CEP
 Actividades
• Convivencias del profesorado
• Desarrollo del PAT
• Puesta en práctica, revisión y evaluación del PGA y PCC
• Reuniones con padres por ciclos
• Entrevistas individualizadas con padres y alumnos
• Reuniones periódicas de Equipos de ciclo
• Reuniones mensuales de la Comisión de Coordinación Pedagógica
• Reuniones del claustro de Infantil y Primaria
• Formación del profesorado
• Participación de los padres en algunas de las actividades trimestrales: veladas, carnavales…
• Reunión 3º E.I con Primer Ciclo de E.P
o Dimensión educativo-cultural
 Objetivos específicos
• Aplicar el estilo heredado de Don Bosco, en el desarrollo diario de la labor educativa
• Destacar la figura del tutor, como elemento fundamental en el seguimiento y acompañamiento de los niños
• Integrar las diferentes culturas existentes en la CEE, dentro de un marco de convivencia y respeto mutuo
 Líneas de acción
• Incremento de la sensación de seguridad en los alumnos a través de nuestra presencia
• Creación de un ambiente de trabajo y de respeto dentro de las acción diaria
• Desarrollo de la función tutorial dentro de un proyecto común de obra salesiana
• Fomento de la igualdad entre los alumnos dentro de la diversidad
 Actividades
• Velada de Navidad EI y EP: Villancicos alumnos, padres y profesores
• Festival de Santa Cecilia EP
• Participación en concursos
• Elaboración Belén de la sección EI y EP
• Actividad teatro escolar EP
• Animación a la lectura
• Curso de Educación Vial
• Jornadas de formación del profesorado
• Actividad sobre la Constitución Española
• Jornadas Culturales
• Actividad en la naturaleza: Nieve, excursiones…
• Deporte interno y escuela deportiva. Competiciones de futbol y baloncesto
• Aplicación de pruebas psicopedagógicas en EI (2º y 3º) EP (1º, 2º y 3º)… Técnicas de estudio
• Desfile de Carnaval EI y EP
• Fiesta San Isidro EI
• Celebración día del Libro intercultural
o Dimensión educativo-pastoral
 Objetivo específico
• Inculcar los valores de convivencia con estilo salesiano de cercanía, familiaridad y alegría
• Mejorar nuestra presencia y nuestras relaciones interpersonales con la amabilidad, el respeto y la confianza
 Líneas de acción
• Transmitimos los grandes valores humanos, cristianos y salesianos a todos nuestros destinatarios: igualdad, tolerancia, acogida, respeto, solidaridad, esfuerzo, alegría, amistad
• Nos abrimos y promovemos a la integración de los alumnos de otros países, a sus culturas y tradiciones
• Implicación de todo el profesorado en la labor educativo pastoral, trazado en la PGA, en el PAT y el Equipo de pastoral
 Actividades
• “Buenos días”
o Realizadas en clase con el profesor/ tutor
o De forma colectiva (magafonía) con la participación de todos los miembros CE
o Desarrollados por personas invitadas
o Especiales en tiempos litúrgicos, campañas y fiestas salesianas
• Ambientación y participación en
o Mensaje y valor de cada mes
o Campañas del Domund, Navidad y Manos Unidas
o Fiestas salesianas: Don Bosco, Domingo Savio, Laura Vicuña, María Auxiliadora
• Convivencias cristianas en Cuaresma, especialmente para 5º y 6º de EP
• Celebraciones (Eucaristía) en los tiempos litúrgicos en especiales EP
• Celebraciones y oraciones especiales para los alumnos de infantil según programación
• Realización actos religiosos EI (visita a la Cripta trimestralmente)
• Desarrollo del Plan de acción Pastoral para EI y EP
• Jornadas de formación cristiana para profesores
• Participación en convivencia y encuentros con otros centros: deportes, visitas, chiquis, festivales, colonias, campamentos…

 ¿El Centro tiene un Plan de Acción Tutorial? ¿Cómo se lleva a cabo?

El PAT EN EDUCACIÓN INFANTIL
INTRODUCCIÓN
La tutoría es un elemento inherente a la función docente y al curriculum. Con ello se está afirmando el principio de que todo profesor está implicado en la acción tutorial, con independencia de que de manera formal haya sido designado tutor de un grupo de alumnos. El hecho de que la interacción profesor alumnos en que ha de consistir la oferta curricular no se establezca tan sólo sobre conocimiento o procedimientos, sino también sobre valores, normas y actitudes, según propone el Diseño Curricular Base, reclama necesariamente el desarrollo de la función tutorial.

Los contenidos curriculares efectivamente desarrollados en el aula, las formas de evaluar, el tratamiento dado a las dificultades de aprendizaje, el género de relaciones entre profesor y alumnos, no sólo van a determinar los resultados tradicionalmente académicos los de adquisición de un bagaje de conocimientos; van a configurar, además, el fondo de experiencias a partir del cual el alumno construye su auto concepto, elabora sus expectativas, percibe sus limitaciones y afronta su desarrollo personal y su proyecto de vida en un marco social.

Por otra parte, la acción docente no se ejerce sólo en relación con el grupo de alumnos, ni tiene lugar exclusivamente entre las paredes del aula. La personalización de los procesos de enseñanza y aprendizaje, la atención individualizada a las necesidades educativas especiales, la preocupación por las circunstancias personales, el apoyo ante la toma de decisiones sobre el futuro, la conexión con la familia y con el entorno productivo y cultural, y, en general, el trato particular que se establece entre el profesor y el alumno contribuyen sobremanera a que las experiencias escolares y extraescolares puedan ser integradas progresivamente, convirtiéndose en elementos de referencia de proyectos de vida cada vez más autónomos.

Los cometidos anteriores forman parte del repertorio de funciones de cualquier profesor. Compete a todo profesor, al equipo docente y a la institución escolar en su conjunto el logro de los objetivos educativos implícitos en esas funciones. Es necesario desterrar de la práctica docente ciertos usos y estilos contrarios al sentido de la acción tutorial. Es preciso, además, superar la rutina académica que supone dejación de funciones esencialmente educativas en ámbitos como el del aprendizaje significativo, la orientación personalizada, la escuela como lugar de educación para la convivencia. Hace falta, en suma, superar una visión simplista de la tutoría y de reintegrarla en la función docente con criterios de corresponsabilidad y cooperación, que profundicen en el proyecto educativo del equipo docente en términos de un compromiso colectivo con la educación y orientación de los alumnos.
¿QUE ES?
El Plan de Acción Tutorial es el marco en el que se especifican los criterios para la organización y las líneas prioritarias de funcionamiento de la acción tutorial en el Centro.
La acción tutorial como dimensión de la práctica docente tendera a favorecer la integración y participación de los alumnos en la vida del Centro, realizando un seguimiento personalizado de su proceso de aprendizaje y, de esta forma, poder tomar decisiones respecto a su futuro académico y profesional.

• Está incluido dentro del Proyecto Curricular.
• El Claustro establece criterios de elaboración.
• La Comisión de coordinación pedagógica establece directrices generales.
• Lo elabora el Departamento de Orientación junto con la Coordinadora de Pastoral y en el se incorpora la propuesta de tutores.
• La profesora tutora lleva a cabo el Plan de Acción Tutorial.
• El Plan de Acción Tutorial es el marco en el que se especifican los criterios y procedimientos para la organización y funcionamiento de las tutorías. Dado que en Educación Infantil no hay horas de tutorías, la acción tutorial se da en la asamblea (buenos días) y durante toda la jornada escolar.
• En él se deberán incluir las líneas de actuación que los tutores desarrollarán con el alumnado de cada grupo y con las familias, así como con el equipo educativo correspondiente.
• El Plan de Acción Tutorial tenderá a favorecer la integración y participación de los alumnos y a realizar el seguimiento personalizado de su proceso de aprendizaje y a facilitar la toma de decisiones respecto a su futuro académico, personal y profesional.
• El Plan de Acción Tutorial deberá concretar medidas que permitan mantener una comunicación fluida con las familias, tanto con el fin de intercambiar informaciones sobre aquellos aspectos que puedan resultar relevantes para mejorar el proceso de aprendizaje de los alumnos, como para orientarles y promover su cooperación.
• El Plan de acción tutorial deberá asegurar la coherencia educativa en el desarrollo de las programaciones de los distintos profesores del grupo determinado procedimientos de coordinación del equipo educativo que permitan la adopción de acuerdos sobre la evaluación y sobre las medidas que, a partir de la misma, deben ponerse en marcha para dar respuesta a las necesidades detectadas.
JUSTIFICACIÓN:
El Departamento de Orientación en E.I siguiendo las directrices generales que se establezcan en la Comisión de Coordinación Pedagógica y recogiendo las propuestas del equipo de infantil y teniendo muy presente la información que se recoge en la Memoria del curso anterior, se propone continuar trabajando en el Plan de Acción Tutorial para todo los alumnos de Infantil y de forma muy especial para los alumnos del primer curso de E.I, que se incorporan al centro este año.
El Departamento de Orientación elabora el Plan con la colaboración de la Coordinadora de Pastoral de dicha etapa y con la colaboración de las tutoras.
En primer lugar, se establecen los objetivos, para posteriormente y en función de los mismos ir planificando diferentes actividades que permitieran lograr estos objetivos.

Este Plan con las incorporaciones que en la evaluación del mismo,del año pasado hizo el quipo de Educación Infantil, servirá de referente para la actuación de los tutoras, ya que serán ellas quienes lo adaptarán a las necesidades, motivaciones e intereses de cada grupo. La evaluación del Plan se realizará al final de cada trimestre. La información así obtenida permitirá hacer ajustes y modificaciones, tanto en su desarrollo como al final del curso, con el fin de mejorarlo y que sirva de punto de partida para darle una continuidad.
Se pretende ir consolidando una línea de acción tutorial para todos los alumnos /as que sea coherente con los Proyectos Curriculares de etapa y al mismo tiempo conseguir en equilibrio entre los diferentes niveles educativos. Este Plan de Acción Tutorial será el marco en el que se especifican los criterios y procedimientos para la organización y funcionamiento de la acción tutorial, así como las líneas de actuación con el alumnado, con las familias y con el profesorado.
En infantil entendemos el PAT, como un proceso de ayuda al alumno/a en cuestiones relacionadas con la situación escolar para que, a lo largo de su recorrido, realice elecciones acordes con sus intereses, capacidades y situación personal.






































 ¿Hay un Plan de Convivencia? ¿Qué protocolos de intervención se siguen? ¿Qué efectividad crees que tiene su aplicación?

Plan de convivencia del Centro Salesianos Atocha, en proceso de aprobación
1. Análisis de la realidad
Desde el punto de vista objetivo
Desde el punto de vista de la percepción
2. Objetivos y actitudes del Plan de Convivencia
3. Criterios de organización y funcionamiento
4. Modelos de actuación
Modelo de actuación orientado a la prevención y a conseguir un adecuado clima en el Centro
Comportamientos problemáticos más comunes
Plan de actuación para prevenir y crear un clima de convivencia
Programas o subplanes del Plan de Convivencia
Modelo de actuación educativo-pedagógica respecto al alumnado que presenta alteraciones conductuales que dificultan la convivencia escolar
Modelo de actuación ante situaciones de conflicto entre miembros de la Comunidad Educativa
Modelo de actuación educativo-pedagógica ante situaciones de posible acoso escolar (bullying)
5. Anexos
Anexo 1: Cuestionario para alumnos sobre convivencia y conflictos
Anexo 2: Cuestionario para profesores sobre convivencia y conflictos
Anexo 3: Actuación respecto del alumnado que presenta alteraciones conductuales que dificultan levemente (faltas leves) la convivencia escolar
Anexo 4: Actuación respecto del alumnado que presenta alteraciones conductuales que dificultan gravemente (faltas graves y muy graves) la convivencia escolar
Anexo 5: Modelo de recogida de datos (sobre el alumno/-a)
Anexo 6: Modelo de entrevista (a la víctima)
Anexo 7: Modelo de recogida de datos (a la familia)
Anexo 8: Reglamento de Régimen Interior

 ¿Se contempla en el Centro un Plan de Formación de Profesores? –en caso afirmativo hacer una breve descripción de las acciones formativas-.

No

 ¿Se realizan actividades de formación para padres de alumnos?

No












 ¿El Centro cuenta con un Plan de Atención a la Diversidad? ¿Qué programas lo integran? ¿Qué caracteriza a cada programa -denominación, destinatarios, objetivos, metodología de trabajo, recursos, evaluación,...?

Se hace por etapas. Éste es de E.I y E.P

1.- ANÁLISIS DE LAS NECESIDADES Y VALORACIÓN DE LOS RECURSOS DEL CENTRO.

1.1 ANÁLISIS DEL CENTRO:

Nuestro Centro “Salesianos Atocha” está situado en una zona muy bien comunicada en todos los aspectos, lo que facilita el acceso de nuestros alumnos. Es esta una zona céntrica, en su mayoría con edificios de más de 50 años de construcción y con abundantes zonas comerciales que dan trabajo a un alto tanto por ciento de los padres que en ella residen.

Sin embargo la barriada puede calificarse de vieja, al estar habitada preferentemente por matrimonios entre los 50 y los 60 años, con una preparación de estudios elementales (53%), estudios medios (29,5%) y estudios superiores (17,5%).

El Centro está enclavado junto a una Parroquia regida por los mismos PP Salesianos, lo que establece un entorno cultural propenso a la religiosidad; aunque va disminuyendo con el paso de los años.

En su entorno existen unos 12 colegios lo que no crea excesivos problemas de escolarización, aunque la demanda de plazas para este Centro sea desorbitada en peticiones por parte de los padres.

El Centro cuenta en la actualidad con 16 aulas en E.S.O., 21 en Primaria y 10 en Infantil. Las instalaciones actuales del Centro pueden considerarse buenas y amplias. Además de las aulas contamos con laboratorios, gimnasio, biblioteca, sala de informática, patio de recreo amplio, teatro, sala de medios audiovisuales, salón de reuniones, sala de música, sala de psicomotricidad y despachos diversos para la secretaría y demás funciones directivas.

En cuanto al profesorado, el Centro cuenta en Infantil con un total de 12 profesores cuyas especialidades se reparten de la siguiente manera: 1 música, 2 inglés, 1 psicopedagogía, 8 infantil y 1 logopeda. Además cuentan con varias especialidades que les permiten colaborar en otros ámbitos.

Con respecto a primaria hay un total de 26 profesores cuyas especialidades se reparten del siguiente modo: 7 en inglés, 2 logopedas, 6 Ed. Física, 5 música, 4 Ed. Primaria y 1 Ed. Especial.

El total de alumnado en infantil y primaria es de 771, lo que condiciona que la ratio media por aula sea de 28 alumnos, pudiéndose atender únicamente un 50% de las peticiones de admisión.


Damos salida a los alumnos que terminan sus estudios y a los que no, ya que en el Centro tienen posibilidad de continuarlos tanto en la rama de Bachillerato como en la de Formación Profesional, Garantía Social.

Las familias de nuestros alumnos tienen una media de edad de 35 años y una media de hijos de dos por familia. Socialmente provienen de la zona en la que está enclavado el Centro.

Un 35% de estos padres han hecho estudios primarios y un 39 % de estudios de Bachillerato o Formación Profesional y un 25% en carreras universitarias.

Son familias que en general, acuden a las convocatorias del colegio en un tanto por ciento elevado y que pertenecen en una alta mayoría, a la Asociación de Padres.

1.2.- ANÁLISIS DE LOS ALUMNOS:

El futuro de nuestra sociedad y de la Educación nos exige prestar una especial atención en la elección de las respuestas formativas más adecuadas a las necesidades de los alumnos, intentando desarrollar las potencialidades de cada uno, sus estilos cognitivos, y atendiendo a la diversidad de capacidades y ritmos de maduración. Pero la práctica diaria demuestra que la magnitud de ámbitos de actuación es la (detección, prevención, mediación, intervención) que hace imprescindible sistematizar las funciones a realizar teniendo presente las circunstancias en que se encuentran tanto el alumno como el centro y su entorno.

Cualquier medida de atención a la diversidad que establecemos en nuestro Centro, queda definida desde tres ámbitos interrelacionados: el Proyecto Educativo de Centro (PEC), el Proyecto Curricular del Centro (PCC) y las Programaciones de Aula.

A través del PEC se ha establecido las bases de atención a la diversidad tomando en consideración el valor “diferencia” como una valor positivo que atiende, de este modo, las características particulares del alumnado y de su contexto sociocultural.

En el PCC se crean las condiciones para hacer posible el principio de atención a la diversidad a través de las decisiones y acuerdos adoptados en cada uno de sus elementos. En total contamos con 50 ACNEEs de los cuales 16 están diagnosticados como alumnos de educación especial, 28 son alumnos con Necesidad de Compensación educativa y 6 pertenecen al Aula de Enlace. Además hay un grupo elevado que está participando en el programa de Refuerzo Educativo.

En las aulas se llevan a la práctica, a través de las Programaciones de Aula, todas las decisiones relativas a la adecuación del currículo a la diversidad de capacidades, intereses y motivaciones de un grupo de alumnos, que se han ido especificando en los dos niveles de planificación anteriores.

2.- PRINCIPIOS GENERALES Y OBJETIVOS QUE SE PERSIGUEN.

Al conjunto de actuaciones, medidas organizativas, apoyos y refuerzos que en la Etapa de Educación Infantil de nuestro colegio Salesianos Atocha diseña y pone en práctica para proporcionar a nuestro alumnado las respuestas educativas que más se ajusten a las necesidades educativas generales y particulares configuran lo que llamamos nuestro plan de atención a la diversidad.

En la etapa de Educación Infantil y Primaria de nuestro centro se han establecido medidas educativas ordinarias dirigidas a la totalidad de nuestro alumnado, y medidas más extraordinarias dirigidas a un alumno o grupo de alumnos para los que las medidas ordinarias no son suficientes debido a las necesidades educativas requeridas.

La premisa de partida es que cuando se detecta un alumno, en cada etapa, con dificultades de aprendizaje, la manera de organizar la repuesta educativa ha de ser lo más ordinaria posible, asimismo, ha de ser compartida por la comunidad educativa, de forma que la detección y la intervención sean rápidas y consensuadas entre los profesionales implicados.

Los destinatarios a este tipo de ayuda educativa son alumnos con dificultades de aprendizaje en las diferentes áreas.

El objetivo de esta actuación es que los alumnos que se deriven tanto a Refuerzo Educativo como Apoyo Educativo logren alcanzar el nivel curricular de su grupo de referencia, de forma que puedan progresar con normalidad en su aprendizaje.

Así, se responde a las necesidades educativas que puedan representar relacionadas con su nivel curricular actual.

Dentro de los objetivos que queremos alcanzar con este Plan de Atención a la Diversidad, intentamos abarcar tres niveles o ámbitos de desarrollo: dimensión personal y social, desarrollo cognitivo y mejora de la convivencia. Estos son:

1.-Contribuir a la prevención de las dificultades de aprendizaje de los alumnos.

2.-Hacer hincapié en alguna dificultad que pueda condicionar los aprendizajes de las materias instrumentales básicas.

3.- Posibilitar atención específica al alumno extranjero con desconocimiento del idioma español o grave desfase curricular, que se incorpora a los largo del curo escolar, apoyando la adquisición de competencias lingüísticas y comunicativas y desarrollando el proceso de enseñanza y aprendizaje mediante las oportunas adaptaciones curriculares.

4.- Facilitar la incorporación y acortar el periodo de integración de los alumnos al sistema educativo español.

5.- Favorecer el desarrollo de la identidad personal y cultural del alumno.

6.- Lograr que los alumnos se incorporen al entorno escolar y social en el menor tiempo y en las mejores condiciones posibles.

7.-Luchar contra el fracaso escolar.

8.-Potenciar una buena acogida y una buena inserción socioeducativa del alumno perteneciente a sectores desfavorecidos y a minorías étnicas o culturales en situaciones de desventaja.

9.-Ayudar y orientar a alumnos con necesidades educativas centradas en el proceso de enseñanza –aprendizaje.

10.- Colaborar en el seguimiento y evaluación del alumnado con necesidades educativas.

11.-Desarrollar estrategias organizativas y curriculares necesarias para la consecución de los objetivos educativos.

12.-Fomentar la participación de los diferentes sectores de la comunidad educativa en las acciones de refuerzo educativo y de apoyo educativo del centro.

13.-Establecer canales de comunicación adecuados para garantizar la información y la participación de las familias del alumnado con necesidades educativas en el proceso educativo de sus hijos.

14.- Coordinación en el trabajo realizado por parte de los tutores, profesora de apoyo, Orientadora, Coordinadora, y PT en la Etapa de Educación Infantil y Educación Primaria.

Otros objetivos más generales son:

Comunicación:

- Fomentar la convivencia favoreciendo el diálogo, la libre expresión y la participación.
- Crear un ambiente familiar y distendido en todas las relaciones sociales.
- Comunicar sus inquietudes dentro de un marco respetuoso y tolerante.

Autonomía:

- Desarrollar la capacidad crítica encaminada a la reducción de los problemas individuales y colectivos.
- Desarrollar el estímulo para potenciarlas posibilidades de cada uno, conociendo y aceptando sus propias limitaciones.
- Proceder en el proceso de enseñanza – aprendizaje, adaptándonos a las necesidades de cada alumno.

Relaciones con los demás:

- Fomentar el espíritu de respeto y tolerancia.
- Crear un grupo homogéneo con profundo sentido de solidaridad donde no exista la marginación.
- Fomentar una convivencia alegre y feliz a través del respeto a la sociedad.

Relaciones con el entorno:

- Respetar la naturaleza, dentro de su entorno físico.
- Abrirse al entorno popular.
- Colaborar en el progreso y desarrollo del grupo.


Desarrollo Corporal:
- Utilizar la educación física, el deporte, el juego y el patio para favorecer el desarrollo corporal y la convivencia.
- Tener conciencia del propio cuerpo y aceptar las propias cualidades y limitaciones.
- Fomentar los hábitos de higiene y cuidado corporal.

ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD

1.- CONCEPTOS

Se entiende como atención a la diversidad toda actuación educativa dirigida a dar respuesta a las diferentes capacidades, ritmos y estilos de aprendizaje, motivaciones e intereses, situaciones sociales, étnicas, de inmigración y de salud del alumnado.

Se entiende como alumnado con necesidades educativas especiales (acnee) todo aquel que, en un periodo, corto o largo, requiera una atención específica de apoyo educativo por las siguientes causas:
- Discapacidad física, psíquica, sensorial o por trastornos graves de conducta
- Sobredotación intelectual
- Estar en situaciones desfavorecidas de tipo socioeconómico, cultural, étnico, lingüístico o de salud
- Presentar un desajuste curricular significativo por cualquier otra causa.


2.- DETECCIÓN DE ALUMNOS ACNEE

• Los diversos profesores, en el seguimiento personalizado de sus alumnos, irán detectando dificultades, lagunas, carencias en los mismos y recopilando información
• En las reuniones de los diversos grupos de profesores, se irán contrastando opiniones. Si varios profesores coinciden en que existen necesidades especiales en algún alumno, el tutor iniciará el proceso de confirmación de alumno acnee.
• El tutor rellenará el “Cuestionario previo a la Evaluación Psicopedagógica” que posee el Centro y lo remitirá a Dirección Pedagógica quien, con su visto bueno, lo enviará al Departamento de Orientación del propio Centro.
• El Departamento de Orientación estudiará el caso propuesto y decidirá si procede o no a hacer un “Informe de Evaluación Psicopedagógica”. Cuando decida que debe hacerse, previamente al informe, los padres/tutores del alumno deberán firmar una autorización en la que den su consentimiento a esta evaluación.
• El “Informe de Evaluación Psicopedagógica” será remitido a la Comisión de Validación de la Delegación Provincial, la cual lo devolverá con un “Informe de Validación” . Si este fuere favorable, el Departamento de Orientación realizaría el definitivo “Dictamen de Escolarización” del alumno.

3.- MEDIDAS DE ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD

3.1 MEDIDAS GENERALES

Son de aplicación común a todo el alumnado y están orientadas a la adecuación de los elementos descriptivos del currículo general del Estado y de la Comunidad Autonómica al contexto sociocultural del centro y a las características del alumnado del mismo. Son:

- La orientación personal, escolar y profesional
- La optatividad y opcionalidad
- La organización de los contenidos de las áreas
- El uso de metodologías que favorezcan el aprendizaje
- La adaptación de materiales curriculares al contexto y al alumnado
- El trabajo cooperativo del profesorado y el desdoble de grupos
- La permanencia de un año más en un curso, ciclo o etapa
- El Plan de Acción Tutorial, la educación en valores, programas de hábitos sociales ...
- Los programas de Garantía Social para alumnos que no han obtenido el graduado

3.2 MEDIDAS ORDINARIAS: APOYO/REFUERZO EDUCATIVO

Facilitan la atención individualizada en el proceso de enseñanza-aprendizaje sin modificar los objetivos propios del ciclo. Incluyen:

- Grupos de refuerzo en áreas instrumentales
- Agrupaciones flexibles con grupos homogéneos durante un tiempo limitado
- Organización de talleres para fomentar el interés del alumnado
- Grupos de profundización y enriquecimiento
- Grupos de aprendizaje del castellano para alumnos inmigrantes o refugiados.


3.3 MEDIDAS EXTRAORDINARIAS

Introducen modificaciones en el currículo ordinario para adaptarse a la singularidad del alumnado y exigen la evaluación psicopedagógica y el dictamen de orientación de los responsables de orientación. Son:

- Las adaptaciones curriculares individuales
- Los programas de diversificación curricular
- Los programas de currículo adaptado

Recursos.Orientadoras en cada etapa, profesor de apoyo en E.I, profesor de compensatoria en 2º ciclo de E.P, profesor de enlace, y 3 PT´s.petición de A.Lpara el año que viene

4.- NIVELES DE CONCRECIÓN.

• Decreto de Enseñanzas Mínimas: Lo elabora el Gobierno para las diversas etapas educativas
• Diseño Curricular Base (D.C.B.): La Administración educativa concreta el currículo para toda la población escolar.
• Proyecto Curricular de Centro (P.C.C.): El centro acomoda el currículo a su población escolar
• Proyecto Curricular de Etapa (P.C.E.) Los equipos docentes adecuan el currículo a los alumnos de un ciclo o etapa.
- Adaptaciones Curriculares de Centro (A.C.C.): Conjunto de modificaciones referidas a todos los alumnos del Centro en su conjunto. Elaboradas por los profesores de Centro o Etapa, plasmadas en los Proyectos Curriculares de Centro o Etapa y aprobadas por el Consejo Escolar.
• Programación de Aula: Programaciones para un aula concreta.
- Adaptaciones Curriculares de Aula (A.C.A.): Modificaciones o ajustes en el proceso de enseñanza-aprendizaje para un determinado grupo o curso. Se adecúan apartados concretos de las unidades didácticas o de la metodología de las mismas. Recogidas en las programaciones de aula, realizadas por los profesores del ciclo o etapa y decididas por cada profesor.
- Adaptaciones Curriculares Individualizadas (A.C.I.): Todos los ajustes o modificaciones que se hacen con el fin de responder a unas necesidades educativas especiales (n.e.e.) o dificultades en el aprendizaje de ciertos alumnos concretos (acnee) y que no pueden ser compartidos por el resto de sus compañeros.















 ¿El Centro tiene diseñado un Proyecto Curricular de cada una de las Etapas?


 Señala si el Proyecto Curricular contempla: (haz un pequeño comentario de cada apartado)
• características de la etapa,
• objetivos generales de etapa,
• competencias básicas,
• principios metodológicos,
• criterios de evaluación y promoción,
• secuenciación de contenidos por ciclos,
• secuenciación de criterios de evaluación por ciclos.

- El proyecto curricular consta de todos los elementos mencionados en el enunciado. No puedo comentar sus características debido a que apenas pude leerlo, sino que fue mostrado con el fin de afirmar que contaba de todos los elementos mencionados.
- Supone la adaptación del currículo oficial al Centro, es decir, al contexto, a los alumnos y al profesorado y también el Proyecto Educativo de Centro.
- Se inspira en el currículo preescriptivo, posible de utilizar por los profesores de las diversas áreas.
- Respeta y adapta los elementos básicos. Entre estos elementos fundamentales destacan:
o Fundamentación psicológica
 Constructivismo
 Aprendizaje significativo
o Estructura de ciclos interrelacionados y por áreas curriculares
o Cumple dos funciones:
 Establecer las intenciones comunicativas
 Servir de guía para la práctica
- El proyecto curricular está compuesto por el conjunto de programaciones didácticas. Las programaciones didácticas son instrumentos de planificación curricular específicos para cada una de las áreas, asignaturas…elaborado por los profesores con el fin de orientar y facilitar el aprendizaje de estos contenidos por parte de los alumnos. Las programaciones concretan y desarrollan una parte de los contenidos de enseñanza.
- Elementos de los que consta y pasos a dar para su elaboración:
o Características de la etapa educativa
o Relación de los objetos generales en relación con el PEC.
o Relación entre los objetos generales de los Ciclos y los Bloques de contenido de las áreas.
o Análisis de las capacidades de la E. Infantil o Primaria según el MEC o el PEC.
o Organización en ciclos y caracterización de los mismos en cuanto a la planificación de prioridades e intervención psicopedagógica.
o Análisis de los principios metodológicos para las distintas etapas.
o Relación entre los Objetos Generales de la Etapa y los objetos de las áreas.

 ¿La Programación de Aula se diseña teniendo en cuenta el Proyecto Curricular?



 ¿Se observa diversidad metodológica en función de las distintas materias?

Sí, para cada materia se utiliza una metodología diferente orientada a los contenidos a explicar


 ¿Qué recursos didácticos has observado como más novedosos?

El uso de películas didácticas dirigidas a edades comprendidas entre los 0 y los 3 años
Más variedad de rincones a la hora de realizar las actividades

 ¿Qué rasgos de tu perfil docente han resultado más positivos en la relación con los alumnos? ¿Qué rasgos han obstaculizado tu intervención en el aula?

El ser abierta con ellos y ofrecerles confianza desde un principio para que la relación fuera buena desde un primer momento. Atender a todas sus peticiones y ser paciente con ellos.
La poca experiencia que tengo, ya que a la hora de explicar algún contenido me ha costado un poco, ya que no sabía cuál era la mejor manera de conectar con ellos durante una explicación.
















































4. Tabla del seguimiento de las prácticas














































































































































































































































































































































































































































































































































5. Seminario Didáctico

Los sacramentos - Caño

LOS SACRAMENTOS

(Introducción tomada del libro de Dionisio Borobio “Sacramentos en Comunidad”, Desclée de Brouwer. Bilbao, 1984. pags. 11-45)

1.- INTRODUCCIÓN
1.1- ¿Qué es un sacramento?
- Son señales que contienen, exhiben, rememoran, visualizan y comunican otra realidad diversa de ellas, pero presente en ellas.
- Realidad del mundo que evoca otra realidad diversa de ella y asume una función sacramental. Deja de ser cosa para convertirse en señal o símbolo.
- El objeto se convierte en único. No hay ninguno igual a él. Contemplando una cosa desde dentro, no me encuentro con ella, sino en el valor y en el sentido que ella asume para mí. Deja de ser cosa para transformarse en símbolo y en una señal que me e-voca, pro-voca y con-voca.
- Sacramento significa que sin dejar de ser mundo, habla de otro mundo, el mundo de las vivencias profundas.
- El sacramento modifica el mundo.

2.- SACRAMENTO Y SACRAMENTOS
2.1- Sacramentos
- Bautismo
- Eucaristía
- Unción de enfermos
- Orden sacerdotal
- Confirmación
- Matrimonio
- Reconciliación

2.2- ¿Qué significa sacramento?
- La palabra sacramento nos evoca a los ritos sacramentales de la Iglesia (los siete sacramentos). Sin embargo con la palabra sacramento la Iglesia ha evocado desde el principio otras realidades sacramentales: Cristo, la Iglesia, el hombre y el mundo.

2.3- ¿Es lo mismo Cristo, la Iglesia, el matrimonio, ...?
- Todos responden a la misma definición: "La manifestación visible de un misterio o don invisible de Dios".
- No llamamos sacramento a cualquier realidad, sino a las realidades fundamentales de la vida. Una cosa es la capacidad simbólica del hombre que convierte las cosas y los acontecimientos en símbolos que recuerdan y visualizan otras dimensiones y otra cosa son las realidades sacramentales que condicionan la vida entera.

2.4- ¿Cuáles son las realidades sacramentales?
- Cristo, "sacramento original"
o Cristo es el primer sacramento. De él dependen las demás realidades sacramentales. Es la visualización histórica del amor y gracia de Dios para el hombre. Siendo Dios y hombre se ha convertido en el lugar privilegiado de encuentro del hombre con Dios y de comunión entre Dios y el hombre.
o Por diversos motivos:
 Por su ser: Al ser Dios y hombre a la vez, es el mejor medio de comunión y relación entre Dios y el hombre. En su mismo ser es sacramento perfecto.
 Por su obra: Con su vida, sus palabras y sus obras está manifestando la presencia del misterio y poder invisible de Dios. El ser sacramental lo concreta a través de sus palabras, sus actividades, sus obras y milagros.
 Por sus actos privilegiados: aquellos donde manifiesta de un modo cualificado y maravilloso el amor y la presencia salvadora de Dios (milagros, curaciones, perdonar pecados, dar de comer su cuerpo y beber su sangre... y sobre todo la pasión-muerte-resurrección-glorificación)

- La Iglesia, "sacramento principal"
o Cristo ha culminado su obra de salvación. Pero desde su ascensión a los cielos, ya no es posible el encuentro con Dios a través de la humanidad y corporeidad de Cristo. Seguimos necesitando la mediación de lo corpóreo, visible e histórico. La respuesta a esta necesidad nos la ofrece Cristo en la Iglesia. Por eso es el primer signo sacramental, por medio del cual se hace presente en visibilidad histórica el don de Cristo resucitado
o Es sacramento principal porque toda sacramentalidad intrahumana y cristiana se explicita desde la Iglesia, conduce a la Iglesia y ha de entenderse en relación con la Iglesia.
o ¿Cómo se realiza?
 Por su ser: es divina y humana a la vez. Está constituida por elementos visibles y por elementos invisibles. Hace de ella sacramento principal.
 Por su obrar: por su vida ética, por su testimonio, por la coherencia de sus obras. Es preciso que aparezca como tal por sus palabras, sus obras, su compromiso, su ordenación y sus instituciones
 Por sus signos privilegiados: si todas las acciones de la Iglesia son sacramentales, hay acciones o signos en los que manifiesta una especial sacramentalidad: son la Palabra y los sacramentos. Por ello la Iglesia no sólo proclama la salvación (palabra), sino también la actualiza (sacramentos), la realiza (caridad) y la promueve (ministerios)

- El cristiano, "sacramento existencial"
o Tanto la salvación de Dios como la mediación de la Iglesia está destinada a la salvación de todos los hombres. A todos se le ofrece el don de la amistad y vida de Dios. El cristiano está llamado a descubrir y amar al "sacramento" que es todo hombre. El cristiano descubre el "sacramento del hermano" siendo él mismo sacramento de Cristo y de la Iglesia.
 Por su ser: en él se da también la doble dimensión de lo visible corpóreo y lo invisible divino. Somos hijos de Dios y templos del espíritu. Ser signo y sacramento que hace visible a Cristo y a la Iglesia se cumple en los pobres y en los humildes.
 Por su obrar. El ser sacramento tiene que unirse al "aparecer". La autenticidad de vida, el compromiso han de ser una manifestación visible del ser cristiano. El problema es la incoherencia.
 Por sus signos privilegiados: tienen lugar en los momentos más decisivos y álgidos de la vida. Pueden concretarse en los momentos de la celebración sacramental y en los compromisos especiales. el cristiano cuando participa en una celebración, el testimonio que presta a la comunidad, todo esto es un signo privilegiado por el que muestra que para él tiene su sentido. Esto es comportarse como "sacramento".

- El mundo "sacramento cósmico"
o La creación como obra de Dios que refleja un carácter y un valor sacramental. Es un valor distinto a Cristo, La Iglesia y el cristiano.
 Por su ser: En toda la creación, Dios ha dejado su impronta. Él está presente como el mismo Creador. Dios se prolonga en su obra creadora total. En la misma realidad creada hay una realidad increada, esto significa que la misma realidad creatural tiene una virtud sacramental.
 Por su Aparecer: la creación entera debe entenderse como palabra y como signo de Dios. El hombre tiene que detectar y leer esta presencia oculta en las cosas. Es capaz de admirar el lenguaje de las cosas. Estas se convierten en sacramentos.
 Por sus signos privilegiados: signos materiales y cósmicos que llevan a la admiración o a la angustia. Signos que interpelan (por ejemplo: conquistas de la técnica, catástrofes naturales,...) ¿no son signos privilegiados donde se manifiesta la fuerza, la potencia, el misterio de la naturaleza?

- Los sacramentos de la Iglesia como síntesis.
o ¿Qué son los siete signos sacramentales de la Iglesia?
 Aparecen como signos privilegiados de las diversas realidades sacramentales.
• En Cristo aparecen señalados en diversas situaciones sacramentales que él consagra (nacimiento, comienzo vida pública, última cena, ...)
• En la Iglesia tales signos son los que Cristo le ha dado y ella ha ido configurando a lo largo de la historia.
• En el hombre son celebraciones que la Iglesia se ofrece en momentos decisivos de su vida: nacimientos,...
• En el mundo son los elementos naturales que vienen asumidos en la celebración: pan, vino, agua, aceite, fuego,...
 Estos sacramentos integran las diversas realidades sacramentales. Son la síntesis más cercana y visible para el cristiano.
 Son momentos privilegiados del encuentro de Dios con el hombre en la Iglesia a través de un signo sensible.

3- EL SACRAMENTO ES UNA CELEBRACIÓN

(Ejercicio: Analizar una celebración "profana" - un cumpleaños, ... - y ver qué, quién, cuándo, cómo se celebra. Qué elementos contiene, etc.)

- Durante mucho tiempo se consideraba a los sacramentos como "meros ritos". Existía una mentalidad y una actitud individualista: el rito "se daba" al cristiano que lo pedía y a veces en ausencia de la comunidad.
- Ya no se habla de "recibir un rito", sino de "participar" en un sacramento. "Celebrar un sacramento" en lugar de "administrar un sacramento".
- La liturgia eran actos de culto, los sacramentos ritos de necesidad y salvación.
- Ahora los sacramentos son el mismo corazón de la liturgia, no pueden dejar de ser celebraciones comunitarias, celebraciones festivas y gozosas.
- La mentalidad moderna ha hecho fuerte crítica contra los ritos. Pero más que nunca el hombre de hoy se siente inclinado a reivindicar su derecho a ritos y celebraciones, a encuentros gratuitos y gozosos, a símbolos por los que pueda expresar lo más profundo de su ser.
- La persona necesita celebrar para vivir. Y esta necesidad la experimenta en los momentos álgidos, en situaciones decisivas de su vida. Estas situaciones asumidas y vividas desde la fe, se celebran en los sacramentos. Las cosas importantes se celebran ritualmente.

3.1- ¿Qué es celebrar?
- Celebrar es una actividad humana compartida por la que se desea expresar algún aspecto vital importante. Es un actividad y una aspiración del hombre, no de Dios.
- Características
o No es pesada o impuesta, es lúdica y gratuita. No utilitaria, es decir inútil. El tiempo y el comportamiento se miden de forma especial. Algo se festeja y se celebra.
o No sólo se festeja algo externo, sino que en ella es posible manifestar los sentimientos más profundos de la vida, la aspiración, la felicidad buscada.
o En la celebración se afirma la vida sacándola de su automatismo, de su monotonía, y se afirma la vida a la que en el fondo se aspira.
o Esto supone comunión y comunidad, desde el punto de vista humano y cristiano. No se celebra en solitario (se pone en común el objeto y la alegría de la celebración). Por eso celebrar es participar, entrar en comunión con el grupo.
o Todo esto sucede a través de unos símbolos humanos y religiosos, que suponen unos ritos o acción ritual. La celebración es expresar algo extraordinario simbólicamente. El símbolo expresa, une, refiere, hace presente, realiza aquello mismo que expresa.
o Estos aspectos, aplicables a la celebración profana, adquieren carácter religioso y litúrgico cuando en la celebración entran estos "personajes": Dios (a quien se celebra y por quien se celebra); la Iglesia (mediadora y animadora de la celebración); y el creyente (actor capaz de dar sentido y festejar la fe en Dios unido a la comunidad).

La celebración es la fiesta simbólica de los cristianos por la que se celebra la presencia salvadora y santificadora de Dios.

3.2- ¿Qué se celebra?
- La celebración litúrgica tiene por objeto no un acontecimiento humano simplemente, sino una historia divino-humana de salvación. (SC 2 y 5)
- La liturgia celebra una obra de salvación que se actualiza en los sacramentos. Por tanto los sacramentos celebran:
o A Dios:
 Como Padre del que parte la iniciativa de salvación.
 Como Hijo en el que se han revelado y llevado a efecto estos planes de salvación.
 Como Espíritu enviado a continuar y realizar a través de la Iglesia la salvación.
 Los sacramentos no celebran una cosa, ni una persona, ni un acontecimiento o historia simplemente humana, sino la historia de Dios con la humanidad, la historia de nuestra salvación. Son los últimos actos de esta historia hoy y aquí en nosotros.

o A la Iglesia:
 En cuanto continuadora de la historia de salvación. Celebra su grandeza que Dios ha puesto en ella. Su ser acontecimiento de Dios, mediadora y servidora de una misión que le supera. Por tanto no sólo celebra los sacramentos, sino que se celebra ella misma en los sacramentos.

o La vida cristiana:
 Si el cristiano, él mismo es sacramento de Dios por su ser y por su vida, en el mismo sacramento exprese, celebre y se alegre de este ser y de esta vida. El cristiano no está fuera de esta vida. En los sacramentos celebramos nuestra vida, nuestra historia y expresamos nuestra fe y nuestro amor.

3.3- ¿Quién celebra?
- En primer lugar el verdadero sujeto celebrante, el protagonista, el mediador: el mismo Cristo. En la celebración los signos sensibles significan y realizan la santificación del hombre. Es el primer sujeto de la celebración.
- Junto a Cristo, la Iglesia entera, representada en la pequeña comunidad. Se explica por los lazos misteriosos que unen a los creyentes del mundo entero y explica que todos participemos en la acción y culto de los demás.
- La Asamblea concreta. En esta asamblea se hace presente la verdad y estructura de la Iglesia. Es una asamblea "ordenada", con diversas funciones y ministerios y una asamblea "participante". Toda ella es invitada a tomar parte en la acción litúrgica.
- Aquel que recibe el sacramento. Él es parte activa. Los demás pueden acompañarle y animarle en la celebración, pero no pueden sustituirle. Al sujeto que recibe el sacramento se le piden unas actitudes de fe, de libertad y sinceridad de las que él mismo debe responder.


3.4- ¿Cuándo se celebra?
- Cuando el cristiano vive o pasa por situaciones fundamentales de su vida. (nacer, crecer, comprometerse, enfermar, sentir la ruptura con Dios y con la Iglesia,...) Todas estas son situaciones sacramentales porque han sido asumidas y traspasadas por Cristo.
- Los Momentos Estacionales importantes del año. Fiestas del Año Litúrgico, cuyo centro es la Pascua, y cuyo soporte permanente es el domingo. En el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo.

Celebra la obra de la salvación en un momento más concentrado como es el día natural. La Eucaristía, la Liturgia de las Horas (Laudes y Vísperas)

3.5- ¿Cómo se celebra?
- La forma como se celebra está en consonancia con la forma normal como se celebran los acontecimientos de la vida.
- En toda celebración suele haber una invitación y acogida (1); el intercambio o conversación, la palabra o discurso(2). Un rito o acto simbólico (3). Despedida y los buenos augurios (4).
o Ritos iniciales (acogida y reunión)
o La Palabra (palabra humana y de Dios) es única y original.
o Los ritos (comer, beber, lavarse con agua, ungirse, encender una lámpara, poner un signo de fiesta). Ya no tienen una función natural, sino sagrada. (no se come pan para saciar el hambre, sino para hacer memoria de la última cena)
o Ritos finales. Desearse bienestar espiritual y el compromiso que se establece con los demás y con Dios.

3.6- Celebración común y pública
- Los sacramentos no son algo privado, sino algo común y público que debe celebrarse en comunidad. Son el bien común de la Iglesia más significativo. El principal afectado, interpelado y agraciado es quien celebra pero en relación con los demás.
- Los sacramentos no son "míos" o "tuyos", sino "nuestros", de la Iglesia. Cuando alguien celebra un sacramento es la Iglesia la que lo celebra con él y él con la Iglesia.

3.7- Celebración festiva de la fe
- La celebración sacramental nunca debería ser triste. Si el cristiano es consciente de su fe, de la salvación que le ha sido ofrecida, no puede no alegrarse. Y esa alegría va más allá de las apariencias. Saber hacer fiesta en la fe, es saber compartir con los demás la alegría de creer, es saber alegrarse del bien y el amor con los demás. Es saber compartir y con-sentir con las angustias y esperanzas de los demás.

4.- DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA
- El sacramento no debe entenderse como una cosa u objeto, sino una celebración, donde se realiza un encuentro interpersonal entre Dios, el sujeto y la Iglesia.
- Durante mucho tiempo se ha entendido los sacramentos como algo mágico o automático, como si al poner el rito se produjera la gracia dependiendo de la materialidad de la acción ritual. Hoy se da más importancia, no tanto a la gracia como a la fe, pero sin caer en el puro subjetivismo.

4.1- La iniciativa parte de Dios.
- La salvación nos es ofrecida por Dios como un regalo. Esta salvación la ha ido realizando Dios de un modo progresivo a través de diversas etapas que jalonan la historia de la salvación. Es una historia protagonizada por unos personajes históricos y sobre un diálogo entre Dios y el hombre. La síntesis de esta historia es Cristo. La salvación debe continuarse y llegar a todos los que vivimos en la historia. Y serán los sacramentos los que continúen esta salvación de Dios, hoy y aquí, de un modo privilegiado para las personas concretas.
- La historia fue iniciada por Dios con la creación, llevada a su punto culminante en el acontecimiento pascual (Cristo) y sigue realizándose por unos acontecimientos sacramentales (Iglesia - sacramentos) y llegará a su plenitud como un acontecimiento cósmico (final de los tiempos).
- Los sacramentos son las obras de Dios hoy y aquí.

4.2- ¿Y cuál es la salvación que Dios nos ofrece?
- No puede ser otra que Cristo mismo. Si Dios Padre es la fuente de los sacramentos, Cristo es el centro, porque él determina el sentido de unos signos (no los detalles de su celebración), dándole un significado nuevo. Esto es lo que quiere decir cuando afirmamos que "Cristo ha instituido los sacramentos". Todos los sacramentos son actos de Cristo resucitado. Son memorial del acontecimiento de la Pascua.
- Participar en los sacramentos es participar en la pascua de Cristo. La gracia de los sacramentos es una gracia liberadora que lleva al cristiano a afirmar la vida sobre la muerte, el amor sobre el odio, la justicia sobre la injusticia, la libertad sobre la esclavitud, la gracia sobre el pecado.

4.3- Gracias al Espíritu Santo
- Esta salvación o gracia nos llega a nosotros a través del Espíritu. El Espíritu es quien tiene la misión de continuar la salvación que Cristo nos da. Por eso actúa y se nos da a través de los sacramentos. El sacramento es como el lugar donde actúa para el encuentro y la experiencia con el Cristo Resucitado.

4.4- Todo procede de Dios, pero todo depende de los seres humanos
- Los sacramentos no operan automáticamente. Ni depende de la santidad del ministro que los administra, ni el individuo puede apoderarse de la gracia con su fe. Todo sigue dependiendo de Dios por su iniciativa libre y gratuita.
- "Ex opere operato" significa que es un acto de Cristo, que tiene su eficacia en la promesa de Dios. Pero esta eficacia sólo es posible cuando el hombre acoge con fe y libremente el don de Dios que le ofrece.

4.5- ¿Qué es la gracia?
- La gracia es "ese estar ahí de Dios para mí presente y actuante, como un Tú personal y vivo que transforma mi vida y la salva en Cristo, dándole una nueva orientación, fuerza y dinamismo en el Espíritu". No hace falta esperar a los sacramentos para que Dios ofrezca su gracia, pero el cristiano sabe que esta oferta permanente de gracia de Dios necesita expresarse en signos sacramentales, necesita alimentarse, celebrarse y comunicarse a los demás.
5.- DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA
5.1- El puesto de la persona en la celebración de los sacramentos
- Hoy tendemos a valorar más el puesto de la persona en la celebración sacramental, porque hay una perfecta armonía y correspondencia entre el ser y la condición simbólica y los símbolos sacramentales de la Iglesia.
- Al ser un ser en un cuerpo, es un símbolo viviente, pues a través de su cuerpo la persona expresa su intimidad, su libertad, su voluntad, sus sentimientos y pensamientos por la mediación corporal. La persona necesita los símbolos para comunicarse y realizarse. Esto también sucede en la relación con Dios que la puede realizar a través de los símbolos religiosos, siendo los más importantes los sacramentos.
- Por lo tanto los sacramentos no son algo que se impone a la persona desde fuera, sino que viene pedido desde dentro. La persona tiende a ellos como ser simbólico, aunque esto sólo se entienda desde la fe.

5.2- Situaciones fundamentales de la vida y sacramentos
- La vida está marcada por unos acontecimientos o situaciones fundamentales que constituyen un acontecimiento personal y social que tiende a celebrarse y ritualizarse.
- Estas situaciones que tocan el corazón de la existencia humana y que el ser humano tiende a sacralizar, no son extrañas a la vida de Cristo, pasando él mismo por todas ellas. Por ello han sido elevadas a situaciones sacramentales y son celebradas como tales.
- No todas las situaciones tienen los mismos perfiles antropológicos. Pero en todas, el ser humano viene a conmoverse con la llamada extraordinaria de Dios en ese momento significativo, si es que se viven con autenticidad y sinceridad humana.
- Aunque no se identifican los sacramentos con la situación humana, pero esta situación explica mejor los sacramentos, pues siendo asumidas desde la fe, explican mejor el proceso de la vida humana en su dependencia de Dios.

5.3- Necesidad de la fe en el sacramento
- Aunque la gracia del sacramento no es fruto de nuestro esfuerzo, no es mérito nuestro, sin embargo es necesario no poner impedimento a Dios y ha de existir unas disposiciones adecuadas para que el sacramento se realice.
- La misma estructura del sacramento está indicando que éste es un encuentro, un diálogo, una llamada y respuesta, un don y aceptación. Dios no impone sus sacramentos, los ofrece. Por tanto es un ejercicio de la libertad de la persona que le compromete. Y es siempre una respuesta de fe. Fe en el individuo que celebra, fe de la asamblea reunida y fe de la Iglesia.
- La fe en el sujeto que celebra es el elemento imprescindible para que pueda darse el sacramento. Sólo en la fe son verdaderamente eficaces los sacramentos.
- La fe de la asamblea reunida, no como elemento imprescindible, sino como ideal de la celebración. Cuando ésta no se da se produce una contradicción (sacramentos más sociales). La asamblea está llamada a apoyar la fe del sujeto que recibe el sacramento.
- Para que la fe del sujeto y de la asamblea sean auténticas se requiere que sean eclesiales, que estén en unión con la fe de la Iglesia entera.


5.4- Sacramento en relación con la vida
- El sacramento no puede estar disociado de la vida. Sólo quien celebra puede vivir con autenticidad su vida cristiana y sólo quien se esfuerza por vivir con autenticidad esta vida puede celebrar el sacramento.
- No supone una huida del mundo o de la vida. En el sacramento afirmamos la forma original de estar presentes en el mundo. Por lo tanto, el sacramento no es un acto puntual y pasajero, sino debe ser un acto dinámico, un proceso que se manifiesta y realiza en diversas etapas en correspondencia con la historicidad propia de la vida. Todo sacramento tiene un "antes", un "durante" y un "después".

5.5- Supone la fe y da la fe
- Una fe que no se expresa es una fe que no se realiza. En la misma expresión celebrativa de la fe, se ve fortalecida la fe. No sólo exige la fe para celebrarlo, sino que nos da la fe como fruto de la celebración. Siempre que hay una disposición sincera por parte del que celebra la fe, supone un crecimiento en la fe.

5.6- Requisitos mínimos
- Esta relación de la fe con el sacramento plantea muchas cuestiones de difícil respuesta. ¿qué fe se requiere para recibir bien un sacramento? Se ha vuelto a insistir en las exigencias y garantías de fe para celebrar el sacramento. ¿qué camino tomar? Pues ni de rigorismo ni de relajación en las exigencias. La Iglesia ha optado por una pastoral de espaciación (no de inmediato los sacramentos), sino de tener una preparación seria y un discernimiento, de manera que se posponga cuando no haya garantías de una celebración digna. Esto conlleva una pastoral de buenas ofertas de renovación de la fe y celebración de los sacramentos con autenticidad.

6.- DIMENSIÓN ECLESIOLÓGICA

- Muchos, en especial los jóvenes, no comprenden la necesidad de una intervención de la Iglesia (ministros, sacerdotes, normas) en la celebración de los sacramentos.
- Hemos pasado de un "individualismo religioso" a un "individualismo eclesiológico" contradictorio. Se quiere insistir en la relación comunitaria con Dios sin la presencia de la Iglesia. Se da una incomprensión de la mediación de la Iglesia, porque nos hemos fijado demasiado en los aspectos institucionales y humanos (identificación entre Iglesia y jerarquía).
- No obstante es preciso recuperar la dimensión eclesiológica de la fe y de los sacramentos.

6.1- Sacramentos e Iglesia
- Los sacramentos hay que entenderlos en el interior de la sacramentalidad de la Iglesia. La Iglesia es sacramento, porque tiene que manifestar en la historia la salvación que Dios ha obrado en Cristo. Esta tarea la realiza de manera especial a través de los sacramentos. Los sacramentos son la sacramentalidad de la Iglesia en las situaciones fundamentales de la vida. No puede haber sacramentos sin Iglesia ni Iglesia sin sacramentos.
- En los sacramentos se ve comprometida la imagen de la Iglesia, su ser y su vida. Tiene un derecho y un deber en su celebración. No para poner normas, sino para colaborar a la verdad del sacramento. Son el lugar y el espacio donde la Iglesia es más ella misma.

6.2- Sacramento y comunidad
- Los sacramentos al ser eclesiales son comunitarios. Se entiende entonces que los sacramentos tienen que ser comunitarios porque son eclesiales. De ahí la necesidad de la participación comunitaria de los sacramentos. Si se vive una fe compartida, se celebra festivamente con los demás en los símbolos de la misma comunidad. No se celebra la fe en solitario sino en comunidad.
- En la celebración la comunidad debe ser participante y testigo. En la celebración la comunidad asume la responsabilidad de educar en la fe. Muestra su rostro y su imagen.

6.3- Sacramento y ministro
- La dimensión eclesial se concreta también en la mediación eclesial del ministro. En él concreta y visibiliza la intervención de la Iglesia y la referencia de las acciones sacramentales a la fe de la misma.
- El ministro no es un mago revestido de poderes que pueda manipular a su antojo la gracia de Dios. Él obra manifestando la presencia del poder de Dios, condensando en sí la participación de la Iglesia. Su intervención no es personal sino dependiente y con referencia a Cristo y la Iglesia. El ministro puede significar la presencia del poder actuante. No es el amo ni señor del sacramento. No podemos identificarlo a Cristo ni a la Iglesia, sin embargo su intervención es absolutamente necesaria, porque significa y hace presente a Cristo actuando "en su nombre y en su poder" y concretiza la intervención de la Iglesia.
- La función del ministro no es de honor y poder, sino de servicio y significación.

7.- DIMENSIÓN SIMBÓLICA
7.1- Los sacramentos son signos sensibles
- Aunque los sacramentos son algo visible, no por eso hay que reducirlo a la materialidad del signo, sino que hay que entender el sentido que expresa. A veces se ha hecho una lectura muy materialista de los signos sacramentales y otras muy espiritualista.
- Los símbolos son necesarios para el hombre y no puede vivir sin ellos. Por lo tanto si los sacramentos son símbolos no son una añadidura superflua al ser humano, ni un elemento alienante, sino una parte esencial del cristiano y un elemento fundamental para su realización como persona y como cristiano.

7.2- Sentido y características del símbolo
- Símbolo significa poner algo en relación, juntar, unir, intercambiar, por lo tanto el símbolo tiene una función mediadora entre lo sensible y externo y lo espiritual e invisible. Esto es así porque participa de algún modo de las dos realidades, aunque no se identifique con ninguna plenamente. El símbolo tiene estas características:
o Doble intencionalidad: la primera material y concreta que aparece a primera vista. La segunda es el sentido hacia el que apunta desde la fe.
o Carácter analógico: hay una diferencia y una semejanza entre el símbolo y lo simbolizado. Existe una desproporción entre el símbolo y lo que significa (es algo parecido...)
o Fuerza des-veladora: el símbolo manifiesta lo oculto. Es la mejor forma de conocer lo desconocido. Este desvelar nunca es pleno. Por eso pertenece al mundo de la ambivalencia.
o Función mediadora: el símbolo es mediación entre Dios y las personas. Nos ayuda a comunicarnos con los demás y con Dios.
o Eficacia para hacer presente: El símbolo no es algo independiente ni existe fuera del sujeto que lo produce. Contiene la misma realidad simbolizada, hace presente aquello que simboliza.

7.3- Los sacramentos en cuanto símbolos
- Las características de los símbolos se cumplen en los sacramentos. El sacramento es una realidad de orden externo y visible, que siendo distinta a uno mismo y a la realidad simbolizada, nos remite a ella. Pero el sacramento no es un signo arbitrario. Es un signo o símbolo que tiene sus raíces en la historia de la salvación, que supone una actitud de fe, que representa la realidad que contiene, que actualiza y realiza esa realidad en el sujeto.
- La misma estructura del sacramento queda explicada por la estructura del símbolo. El sacramento tiene una primera intencionalidad material (el agua que sacia, que fecunda, elemento natural), una segunda intencionalidad espiritual (el agua que desde la fe significa la historia de la salvación) y una tercera intencionalidad eficaz (el agua que salva).
- Todos los sacramentos son símbolos en los que se realiza esta misma estructura y donde se cumple el carácter desvelador del misterio y la función mediadora por la que nos comunicamos con dicho misterio.

7.4- ¿Por qué tanta diversidad de símbolos sacramentales?
- En la Iglesia hay diversidad de símbolos. De todos ellos los más importantes son los sacramentos. ¿por qué siete?
o Razón cristológica: la diversidad sacramental encuentra su fundamento en Cristo porque en el evangelio habla Jesús de diversos signos y situaciones sacramentales y también con su comportamiento y actitud ante algunas situaciones hace que éstas vengan a tener un sentido y un valor sacramental.

- No es que podamos encontrar en el evangelio explicado lo que luego la Iglesia ha experimentado en cuanto a los sacramentos. Pero sí es claro que Jesús, viviendo y asumiendo las situaciones por las que pasa todo hombre, las ha transformado, las ha dado nuevo sentido, las ha convertido en situaciones salvadoras.
- La diversidad de sacramentos tiene su fundamento en la diversidad de aspectos del misterio de Cristo que los sacramentos representan. Las personas necesitamos distinguir aspectos de la vida y cada uno de los sacramentos lo distingue.
o Razón antropológica: la diversidad sacramental también encuentra explicación en la misma persona. Consiste en la diversidad de situaciones fundamentales y momentos álgidos por los que pasa toda persona.
- Estas situaciones, por ser diversas y vivirse en diferentes momentos de la vida son un fundamento y una razón para explicar la diversidad sacramental.
- ¿Por qué son siete en concreto? Hay que acudir a una razón eclesiológica. No hay un dato en la escritura que lo explique, pero la Iglesia teniendo en cuenta los datos escriturísticos los ha ido explicitando y concretando a los largo de la historia.
- Durante los once primeros siglos, la palabra sacramento tenía un sentido más amplio. Debido a los problemas con las herejías, se fue explicitando y concretando mucho más. Durante los siglos XII-XIII los teólogos fueron definiendo y delimitando los sacramentos (concilios de Lyon 1274 y Florencia 1439) y sobre todo el Concilio de Trento.
- Las explicaciones más actuales hablan de:
o Explicación simbólica: el número siete es un número simbólico en la Biblia. Siete significa la unidad, la totalidad de la existencia, la plenitud del don de Dios. Esto puede influir en la determinación del número siete.
o Explicación analógica: distingue entre sacramentos mayores o principales (bautismo, eucaristía) y sacramentos menores o secundarios (todos los demás), apoyándose en la tradición y enseñanza de la Iglesia. Se puede hablar de una jerarquía de sacramentos y de una analogía sacramental, porque en cada caso se realiza la sacramentalidad de forma diferente. El septenario es una forma de señalar y fijar un mínimo sacramental que se da en siete momentos o situaciones.

Lumen Gentium

Constitución Dogmática "LUMEN GENTIUM" (sobre la Iglesia)
CAPITULO I
EL MISTERIO DE LA IGLESIA
1. Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15).
Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal.
Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo.
La voluntad del Padre Eterno sobre la salvación universal
2. El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col. 1,15).
A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom., 8,19).
Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos.
Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el último elegido", se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.

Misión y obra del Hijo
3. Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en El antes de la creación del mundo, y nos predestinó a la adopción de hijos, porque en El se complació restaurar todas las cosas (cfr. Ef., 1,4-5, 10). Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó la redención con su obediencia.
La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y expansión manifestada de nuevo tanto por la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn., 19,34), cuanto por las palabras de Cristo alusivas a su muerte en la cruz: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn., 12,32).
Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado ( 1 Cor., 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor., 10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.
El Espíritu santificador de la Iglesia
4. Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (cf. Jn., 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef., 2,18).
El es el Espíritu de la vida, o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn., 4,14; 7,38-39), por quien vivifica el Padre a todos los hombres muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (cf. Rom., 8-10-11).
El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1 Cor., 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gal., 4,6; Rom., 8,15-16,26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (cf. Ef., 4, 11-12; 1 Cor., 12-4; Gal., 5,22), a la que guía hacía toda verdad (cf. Jn., 16,13) y unifica en comunión y ministerio.
Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven!" (cf. Ap., 22,17).
Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
El reino de Dios
5. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios, prometido muchos siglos antes en las Escrituras: "Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el Reino de Dios" (Mc., 1,15; cf. Mt., 4,17).
Ahora bien, este Reino comienza a manifestarse como una luz delante de los hombres, por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla, depositada en el campo (Mc., 4,14): quienes la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey (Lc., 12,32) de Cristo, recibieron el Reino; la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo hasta el tiempo de la siega (cf. Mc., 4,26-29).
Los milagros, por su parte, prueban que el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra: "Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (LC., 11,20; cf. Mt., 12,28). Pero, sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Cristo, Hijo del Hombre, que vino "a servir, y a dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10,45).
Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido para siempre como Señor, como Cristo y como Sacerdote (cf. Act., 2,36; Hebr., 5,6; 7,17-21), y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act., 2,33).
Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco, anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas,y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria.
Las varias figuras de la Iglesia
6. Como en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.
La Iglesia es, pues, un "redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1 Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).
La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios (1 Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarca,s en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss).
La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).
Muchas veces también la Iglesia se llama "edificación" de Dios (1 Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22).
Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1 Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1 Tim., 3,15), en que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, "templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra,y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén.
Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1 Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).
La Iglesia, que es llamada también "la Jerusalén de arriba" y madre nuestra (Gal., 4,26; cf. Ap., 12,17), se representa como la inmaculada "esposa" del Cordero inmaculado (Ap., 19,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo "amó y se entregó por ella, para santificarla" (Ef., 5,26), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la "alimenta y abriga" (cf. Ef., 5,24), a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros que supera toda ciencia (cf. Ef., 3,19).
Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2 Cor., 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col., 3,1-4).
La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo
7. El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cf. Gal., 6,15; 2 Cor., 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección. A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su cuerpo, comunicándoles su Espíritu.
La vida de Cristo en este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a Cristo, paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por el bautismo nos configuramos con Cristo: "Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu" (1 Cor., 12,13).
Rito sagrado con que se representa y efectúa la unión con la muerte y resurrección de Cristo: "Con El hemos sido sepultados por el bautismo, par participar en su muerte", mas si "hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom., 6,4-5).
En la fracción del pan eucarístico, participando realmente del cuerpo del Señor, nos elevamos a una comunión con El y entre nosotros mismos. "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Cor., 10,17). Así todos nosotros quedamos hechos miembros de su cuerpo (cf. 1 Cor., 12,27), "pero cada uno es miembro del otro" (Rom., 12,5).
Pero como todos los miembros del cuerpo humano, aunque sean muchos, constituyen un cuerpo, así los fieles en Cristo (cf. 1 Cor., 12,12). También en la constitución del cuerpo de Cristo hay variedad de miembros y de ministerios.
Uno mismo es el Espíritu que distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia, según sus riquezas y la diversidad de los ministerios (cf. 1 Cor., 12,1-11). Entre todos estos dones sobresale la gracia de los apóstoles, a cuya autoridad subordina el mismo Espíritu incluso a los carismáticos (cf. 1 Cor., 14).
Unificando el cuerpo, el mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de los miembros, produce y urge la caridad entre los fieles. Por tanto, si un miembro tiene un sufrimiento, todos los miembros sufren con el; o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros (cf. 1 Cor., 12,26).
La cabeza de este cuerpo es Cristo. El es la imagen del Dios invisible, y en El fueron creadas todas las cosas.. El es antes que todos, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas (cf. Col., 1,5-18).
El domina con la excelsa grandeza de su poder los cielos y la tierra y lleva de riquezas con su eminente perfección y su obra todo el cuerpo de su gloria (cf. Ef., 1,18-23).
Es necesario que todos los miembros se asemejen a El hasta que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal., 4,19). Por eso somos asumidos en los misterios de su vida, conformes con El, consepultados y resucitados juntamente con El, hasta que reinemos con El (cf. Fil., 3,21; 2 Tim., 2,11; Ef., 2,6; Col., 2,12 etc).
Peregrinos todavía sobre la tierra siguiendo sus huellas en el sufrimiento y en la persecución, nos unimos a sus dolores como el cuerpo a la Cabeza, padeciendo con El, para ser con el glorificados (cf. Rom., 8,17).
Por El "el cuerpo entero, alimentado y trabado por las coyunturas y ligamentos, crece con crecimiento divino" (Col., 2,19). El dispone constantemente en su cuerpo, es decir, en la Iglesia, los dones de los servicios por los que en su virtud nos ayudamos mutuamente en orden a la salvación, para que siguiendo la verdad en la caridad, crezcamos por todos los medios en El, que es nuestra Cabeza (cf. Ef., 4,11-16).
Mas para que incesantemente nos renovemos en El (cf. Ef., 4,23), nos concedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo humano.
Cristo, por cierto, ama a la Iglesia como a su propia Esposa, como el varón que amando a su mujer ama su propio cuerpo (cf. Ef., 5,25-28); pero la Iglesia , por su parte, está sujeta a su Cabeza (Ef., 5,23-24). "Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col., 2,9), colma de bienes divinos a la Iglesia, que es su cuerpo y su plenitud (cf. Ef., 1,22-23), para que ella anhele y consiga toda la plenitud de Dios (cf. Ef., 3,19).
La Iglesia visible y espiritual a un tiempo
8. Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino.
Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf. f., 4,16).
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn., 24,17), confiándole a él y a los demás apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt., 28,18), y la erigió para siempre como "columna y fundamento de la verdad" (1 Tim., 3,15).
Esta Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica.
Mas como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, "existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo" (Fil., 2,69), y por nosotros, "se hizo pobre, siendo rico" (2 Cor., 8,9); así la Iglesia, aunque el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación incluso con su ejemplo.
Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Le., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo.
Pues mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hebr., 7,26), no conoció el pecado (2 Cor., 5,21), sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebr., 21,7), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación.
La Iglesia, "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Cor., 11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor.



CAPITULO II
EL PUEBLO DE DIOS
Nueva Alianza y nuevo Pueblo
9. En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente.
Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí.
Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el Señor (Jr., 31,31-34).
Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1 Cor., 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios.
Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1 Pe., 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios" (Pe., 2,9-10).
Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo, "que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación" (Rom., 4,25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos.
Tienen por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn., 13,34). Tienen últimamente como fin la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos cuanto se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col., 3,4) , y "la misma criatura será libertad de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios" (Rom., 8,21).
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.
Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).
Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia (cf. 2 Esdras, 13,1; Núm., 20,4; Deut., 23, 1ss), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente (cf. Hebr., 13,14) se llama también Iglesia de Cristo (cf. Mt., 16,18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Act., 20,28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social.
La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones.
Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por al fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió, que en la debilidad de la carne no pierde su fidelidad absoluta, sino que persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso.
El sacerdocio común
10. Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebr., 5,1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo Reino de sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Ap., 1,6; 5,9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. 1 Pe., 2,4-10).
Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Act., 2,42.47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom., 12,1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. 1 Pe., 3,15).
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.
Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos
11. La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza tanto por los sacramentos como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia.
Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo.
Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición.
Pero una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo sacramento.
Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de Este, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que,pecando, ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y con oraciones, les ayuda en su conversión.
La Iglesia entera encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que sufren, con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salva (cf. Sant., 5,14-16); más aún, los exhorta a que uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo (Rom., 8,17; Col., 1 24; 2 Tim., 2,11-12; 1 Pe., 4,13), contribuyan al bien del Pueblo de Dios.
Además, aquellos que entre los fieles se distinguen por el orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios.
Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia (Ef., 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en el Pueblo de Dios (cf. 1 Cor., 7,7).
Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan constituidos por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos.
En esta como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada.
Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios cada uno por su camino a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto.
Sentido de la fe y de los carismas en el Pueblo de Dios
12. El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre (cf. Hebr., 13,15).
La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1 Jn., 2,20-17) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares" manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.
Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Tes., 2,13), se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (cf. Jds., 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.
Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1 Cor., 12,7).
Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.
Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes., 5,19-21).
Universalidad y catolicidad del único Pueblo de Dios
13. Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn., 11,52).
Para ello envió Dios a su Hijo a quien constituyó heredero universal (cf. He., 1,2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 2,42).
Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles esparcidos por la haz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás, y así "el que habita en Roma sabe que los indios son también sus miembros".
Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn., 18,36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva.
Pues sabe muy bien que debe asociarse a aquel Rey, a quien fueron dadas en heredad todas las naciones (cf. Sal., 2,8) y a cuya ciudad llevan dones y obsequios (cf. Sal., 71 [72], 10; Is., 60,4-7; Ap., 21,24).
Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu.
En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad.
De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos, sino que en sí mismo está integrado de diversos elementos, Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso tendiendo a la santidad por el camino más arduo estimulan con su ejemplo a los hermanos.
Además, en la comunión eclesiástica existen Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen en ella.
De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de riquezas espirituales, operarios apostólicos y ayudas materiales. Los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del Apóstol: "El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10).
Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.
Los fieles católicos
14. El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn., 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada.
Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella.
A la sociedad de la Iglesia se incorporan plenamente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo, reciben íntegramente sus disposiciones y todos los medios de salvación depositados en ella, y se unen por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión, a su organización visible con Cristo, que la dirige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos.
Sin embargo, no alcanza la salvación, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien no perseverando en la caridad permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo", pero no "en corazón". No olviden, con todo, los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de Cristo: y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.
Los catecúmenos que, por la moción del Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, se unen a ella por este mismo deseo; y la madre Iglesia los abraza ya amorosa y solícitamente como a hijos.
Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos
15. La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos lo que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de comunión bajo el Sucesor de Pedro.
Pues conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, y manifiestan celo apostólico, creen con amor en Dios Padre todopoderoso, y en el hijo de Dios Salvador, están marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo, e incluso reconocen y reciben en sus propias Iglesias o comunidades eclesiales otros sacramentos.
Muchos de ellos tienen episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre de Dios. Hay que contar también la comunión de oraciones y de otros beneficios espirituales; más aún, cierta unión en el Espíritu Santo, puesto que también obra en ellos su virtud santificante por medio de dones y de gracias, y a algunos de ellos les dio la fortaleza del martirio.
De esta forma el Espíritu promueve en todos los discípulos de Cristo el deseo y la colaboración para que todos se unan en paz en un rebaño y bajo un solo Pastor, como Cristo determinó. Para cuya consecución la madre Iglesia no cesa de orar, de esperar y de trabajar, y exhorta a todos sus hijos a la santificación y renovación para que la señal de Cristo resplandezca con mayores claridades sobre el rostro de la Iglesia.
Los no cristianos
16. Por fin, los que todavía no recibieron el Evangelio, están ordenados al Pueblo de Dios por varias razones. En primer lugar, por cierto, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas y del que nació Cristo según la carne (cf. Rom., 9,4-5); pueblo, según la elección, amadísimo a causa de los padres; porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables (cf. Rom., 11,28-29).
Pero el designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que confesando profesar la fe de Abraham adoran con nosotros a un solo Dios, misericordiosos, que ha de juzgar a los hombres en el último día.
Este mismo Dios tampoco está lejos de otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que les da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Act., 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim., 2,4).
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta.
La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, para que al fin tenga la vida. pero con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el maligno, se hicieron necios en sus razonamientos y trocaron la verdad de Dios por la mentira sirviendo a la criatura en lugar del Criador (cf. Rom., 1,24-25), o viviendo y muriendo sin Dios en este mundo están expuestos a una horrible desesperación.
Por lo cual la Iglesia, recordando el mandato del Señor: "Predicad el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,16), fomenta encarecidamente las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos.
Carácter misionero de la Iglesia
17. Como el Padre envió al Hijo, así el Hijo envió a los Apóstoles (cf. Jn., 20,21), diciendo: "Id y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt., 28,19-20).
Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra (cf. Act., 1,8). De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: " ¡Ay de mí si no evangelizara! " (1 Cor., 9,16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora.
Por eso se ve impulsada por el Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo. predicando el Evangelio, mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia El.
Con su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre.
Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe según su propia condición de vida. Pero aunque cualquiera puede bautizar a los creyentes, es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas por el profeta: "Desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura" (Mal., 1,11).
Así, pues ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal.







CAPITULO III
DE LA CONSTITUCION JERARQUICA DE LA IGLESIA Y EN PARTICULAR SOBRE EL EPISCOPADO
P r o e m i o
18. En orden a apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tiendan todos libre y ordenadamente a un mismo fin y lleguen a la salvación.
Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una con él que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y quiso que los sucesores de éstos, los Obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia.
Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de la fe y de comunión.
Esta doctrina de la institución perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro Primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible, el santo Concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los Obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa de Dios vivo.
La institución de los Apóstoles
19. El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a los doce para que viviesen con El y enviarlos a predicar el Reino de Dios (cf. Mc., 3,13-19; Mt., 10,1-42): a estos, Apóstoles (cf. Lc., 6,13) los fundó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al frente de ellos, sacándolo de en medio de los mismos, a Pedro (cf. Jn., 21,15-17).
A éstos envió Cristo, primero a los hijos de Israel, luego a todas las gentes (cf. Rom., 1,16), para que con la potestad que les entregaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los santificasen y gobernasen (cf. Mt., 28,16-20; Mc., 16,15; Lc., 24,45-48; Jn., 20,21-23) y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (cf. Mt., 28,20).
En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Act., 2,1-26), según la promesa del Señor: "Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y Samaría y hasta el último confín de la tierra" (Act., 1,8).
Los Apóstoles, pues, predicando en todas partes el Evangelio (cf. Mc., 16,20), que los oyentes recibían por influjo del Espíritu Santo, reúnen la Iglesia universal que el Señor fundó sobre los Apóstoles y edificó sobre el bienaventurado Pedro su cabeza, siendo la piedra angular del edificio Cristo Jesús (cf. Ap., 21,14; Mt., 16,18; Ef., 2,20).
Los Obispos, sucesores de los Apóstoles
20. Esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin de los siglos (cf. Mt., 28,20), puesto que el Evangelio que ellos deben transmitir en todo tiempo es el principio de la vida para la Iglesia. Por lo cual los Apóstoles en esta sociedad jerárquicamente organizada tuvieron cuidado de establecer sucesores.
En efecto, no sólo tuvieron diversos colaboradores en el ministerio, sino que a fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, los Apóstoles, a modo de testamento, confiaron a sus cooperadores inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra por ellos comenzada, encomendándoles que atendieran a toda la grey en medio de la cual el Espíritu Santo, los había puesto para apacentar la Iglesia de Dios (cf. Act., 20,28).
Establecieron, pues, tales colaboradores y les dieron la orden de que, a su vez, otros hombres probados, al morir ellos, se hiciesen cargo del ministerio. Entre los varios ministerios que ya desde los primeros tiempos se ejercitan en la Iglesia, según testimonio de la tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, constituidos en el episcopado, por una sucesión que surge desde el principio, conservan la sucesión de la semilla apostólica primera.
Así, según atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron establecidos por los Apóstoles como Obispos y como sucesores suyos hasta nosotros, se pregona y se conserva la tradición apostólica en el mundo entero.
Así, pues, los Obispos, junto con los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad para presidir sobre la grey en nombre de Dios como pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad.
Y así como permanece el oficio concedido por Dios singularmente a Pedro como a primero entre los Apóstoles, y se transmite a sus sucesores, así también permanece el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia que permanentemente ejercita el orden sacro de los Obispos han sucedido este Sagrado Sínodo que los Obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los Apóstoles como pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha, a Cristo escucha, a quien los desprecia a Cristo desprecia y al que le envió (cf. Lc., 10,16).
El episcopado como sacramento
21. Así, pues, en los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, Jesucristo nuestro Señor está presente en medio de los fieles como Pontífice Supremo. Porque, sentado a la diestra de Dios Padre, no está lejos de la congregación de sus pontífices, sino que principalmente, a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra sin cesar los sacramentos de la fe a los creyentes y, por medio de su oficio paternal (cf. 1 Cor., 4,15), va agregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de la sabiduría y prudencia de ellos rige y guía al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinación hacia la eterna felicidad.
Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Cor., 4,1), y a ellos está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rom. 15,16; Act., 20,24) y la administración del Espíritu y de la justicia en gloria (cf. 2 Cor., 3,8-9).
Para realizar estos oficios tan altos, fueron los apóstoles enriquecidos por Cristo con la efusión especial del Espíritu Santo (cf. Act., 1,8; 2,4; Jn., 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos transmitieron a sus colaboradores el don del Espíritu (cf. 1 Tim., 4,14; 2 Tim., 1,6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal.
Este Santo Sínodo enseña que con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres "supremo sacerdocio" o "cumbre del ministerio sagrado".
Ahora bien, la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también el oficio de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pueden ejercitarse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y miembros del Colegio.
En efecto, según la tradición, que aparece sobre todo en los ritos litúrgicos y en la práctica de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente es cosa clara que con la imposición de las manos se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que los Obispos en forma eminente y visible hagan las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice y obren en su nombre. Es propio de los Obispos el admitir, por medio del Sacramento del Orden, nuevos elegidos en el cuerpo episcopal.
El Colegio de los Obispos y su Cabeza
22. Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de igual modo se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos sucesores de los Apóstoles. Ya la más antigua disciplina, conforme a la cual los Obispos establecidos por todo el mundo comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma por el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz, como también los concilios convocados, para resolver en común las cosas más importantes después de haber considerado el parecer de muchos, manifiestan la naturaleza y forma colegial propia del orden episcopal.
Forma que claramente demuestran los concilios ecuménicos que a lo largo de los siglos se han celebrado. Esto mismo lo muestra también el uso, introducido de antiguo, de llamar a varios Obispos a tomar parte en el rito de consagración cuando un nuevo elegido ha de ser elevado al ministerio del sumo sacerdocio. Uno es constituido miembro del cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y miembros del Colegio.
El Colegio o cuerpo episcopal, por su parte, no tiene autoridad si no se considera incluido el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando siempre a salvo el poder primacial de éste, tanto sobre los pastores como sobre los fieles.
Porque el Pontífice Romano tiene en virtud de su cargo de Vicario de Cristo y Pastor de toda Iglesia potestad plena, suprema y universal sobre la Iglesia, que puede siempre ejercer libremente.
En cambio, el orden de los Obispos, que sucede en el magisterio y en el régimen pastoral al Colegio Apostólico, y en quien perdura continuamente el cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la universal Iglesia, potestad que no puede ejercitarse sino con el consentimiento del Romano Pontífice.
El Señor puso tan sólo a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt., 16,18-19), y le constituyó Pastor de toda su grey (cf. Jn., 21,15ss); pero el oficio que dio a Pedro de atar y desatar, consta que lo dio también al Colegio de los Apóstoles unido con su Cabeza (Mt., 18,18; 28,16-20).
Este Colegio expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios en cuanto está compuesto de muchos; y la unidad de la grey de Cristo, en cuanto está agrupado bajo una sola Cabeza. Dentro de este Colegio, los Obispos, actuando fielmente el primado y principado de su Cabeza, gozan de potestad propia en bien no sólo de sus propios fieles, sino incluso de toda la Iglesia, mientras el Espíritu Santo robustece sin cesar su estructura orgánica y su concordia.
La potestad suprema que este Colegio posee sobre la Iglesia universal se ejercita de modo solemne en el Concilio Ecuménico. No puede hacer Concilio Ecuménico que no se aprobado o al menos aceptado como tal por el sucesor de Pedro.
Y es prerrogativa del Romano Pontífice convocar estos Concilios Ecuménicos, presidirlos y confirmarlos. Esta misma potestad colegial puede ser ejercitada por Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial, o por lo menos apruebe la acción unida de ellos o la acepte libremente para que sea un verdadero acto colegial.
Relaciones de los Obispos dentro de la Iglesia
23. La unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada Obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles.
Del mismo modo, cada Obispo es el principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia, formada a imagen de la Iglesia universal; y de todas las Iglesias particulares queda integrada la una y única Iglesia católica. Por esto cada Obispo representa a su Iglesia, tal como todos a una con el Papa, representan toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad.
Cada uno de los Obispos, puesto al frente de una Iglesia particular, ejercita su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que se le ha confiado, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal.
Pero, en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos deben tener aquella solicitud por la Iglesia universal que la institución y precepto de Cristo exigen, que si bien no se ejercita por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, grandemente, al progreso de la Iglesia universal.
Todos los Obispos, en efecto, deben promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común en toda la Iglesia, instruir a los fieles en el amor del Cuerpo místico de Cristo, sobre todo de los miembros pobres y de los que sufren o son perseguidos por la justicia (cf. Mt., 5,10); promover, en fin, toda acción que sea común a la Iglesia, sobre todo en orden a la dilatación de la fe y a la difusión plena de la luz de la verdad entre todos los hombres.
Por lo demás, es cosa clara que gobernando bien sus propias Iglesias como porciones de la Iglesia universal, contribuyen en gran manera al bien de todo el Cuerpo místico, que es también el cuerpo de todas las Iglesias.
El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al cuerpo de los pastores, ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común, según explicó ya el Papa Celestino a los padres del Concilio de Efeso.
Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su propio oficio, deben colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien particularmente se le ha encomendado el oficio excelso de propagar la religión cristiana. Deben, pues, con todas sus fuerzas proveer no sólo de operarios para la mies, sino también de socorros espirituales y materiales, ya sea directamente por sí, ya sea excitando la ardiente cooperación de los fieles.
Procuren finalmente los Obispos, según el venerable ejemplo de la antigüedad, prestar una fraternal ayuda a las otras Iglesias, sobre todo a las Iglesias vecinas y más pobres, dentro de esta universal sociedad de la caridad.
La divina Providencia ha hecho que en diversas regiones las varias Iglesias fundadas por los Apóstoles y sus sucesores, con el correr de los tiempos se hayan reunido en grupos orgánicamente unidos que, dentro de la unidad de fe y la única constitución divina de la Iglesia universal, gozan de disciplina propia, de ritos litúrgicos propios y de un propio patrimonio teológico y espiritual.
Entre los cuales, concretamente las antiguas Iglesias patriarcales, como madres en la fe, engendraron a otras como a hijas, y con ellas han quedado unidas hasta nuestros días, por vínculos especiales de caridad, tanto en la vida sacramental como en la mutua observancia de derechos y deberes.
Esta variedad de Iglesias locales, dirigidas a un solo objetivo, muestra admirablemente la indivisa catolicidad de la Iglesia. Del mismo modo las Conferencias Episcopales hoy en día pueden desarrollar una obra múltiple y fecunda a fin de que el sentimiento de la colegialidad tenga una aplicación concreta.
El ministerio de los Obispos
24. Los Obispos, en su calidad de sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor a quien se ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura, a fin de que todos los hombres logren la salvación por medio de la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos (cf. Mt., 28,18; Mc., 16,15-16; Act., 26,17ss.).
Para el desempeño de esta misión, Cristo Señor prometió a sus Apóstoles el Espíritu Santo, a quien envió de hecho el día de Pentecostés desde el cielo para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, pueblos y reyes (cf. Act., 1,8; 2,1ss.; 9,15).
Este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, y en la Sagrada Escritura se llama muy significativamente "diakonía", o sea ministerio (cf. Act., 1,17-25; 21,19; Rom., 11,13; 1 Tim., 1,12).
la misión canónica de los Obispos puede hacerse ya sea por las legítimas costumbres que no hayan sido revocadas por la potestad suprema y universal de la Iglesia, ya sea por las leyes dictadas o reconocidas por la misma autoridad, ya sea también directamente por el mismo sucesor de Pedro : y ningún Obispo puede ser elevado a tal oficio contra la voluntad de éste, o sea cuando él niega la comunión apostólica.
El oficio de enseñar de los Obispos
25. Entre los oficios principales de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio. Porque los Obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, es decir, herederos de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida, la ilustran con la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación las cosas nuevas y las cosas viejas (cf. Mt., 13,52), la hacen fructificar y con vigilancia apartan de la grey los errores que la amenazan (cf. 2 Tim., 4,1-4).
Los Obispos, cuando enseñan en comunión por el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su Obispo en materias de fe y de costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo.
Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento de modo particular se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al parecer expresado por él según el deseo que haya manifestado él mismo, como puede descubrirse ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repite una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas.
Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y de costumbres, en ese caso anuncian infaliblemente la doctrina de Cristo.
la Iglesia universal, y sus definiciones de fe deben aceptarse con sumisión.
Esta infalibilidad que el Divino Redentor quiso que tuviera su Iglesia cuando define la doctrina de fe y de costumbres, se extiende a todo cuanto abarca el depósito de la divina Revelación entregado para la fiel custodia y exposición.
Esta infalibilidad compete al Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, en razón de su oficio, cuando proclama como definitiva la doctrina de fe o de costumbres en su calidad de supremo pastor y maestro de todos los fieles a quienes ha de confirmarlos en la fe (cf. Lc., 22,32).
Por lo cual, con razón se dice que sus definiciones por sí y no por el consentimiento de la Iglesia son irreformables, puesto que han sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro, y así no necesitan de ninguna aprobación de otros ni admiten tampoco la apelación a ningún otro tribunal.
Porque en esos casos el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica.
La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo de los Obispos cuando ejercen el supremo magisterio juntamente con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del Espíritu Santo en virtud de la cual la grey toda de Cristo se conserva y progresa en la unidad de la fe.
Cuando el Romano Pontífice o con él el Cuerpo Episcopal definen una doctrina lo hacen siempre de acuerdo con la Revelación, a la cual, o por escrito, o por transmisión de la sucesión legítima de los Obispos, y sobre todo por cuidado del mismo Pontífice Romano, se nos transmite íntegra y en la Iglesia se conserva y expone con religiosa fidelidad, gracias a la luz del Espíritu de la verdad.
El Romano Pontífice y los Obispos, como lo requiere su cargo y la importancia del asunto, celosamente trabajan con los medios adecuados, a fin de que se estudie como debe esta Revelación y se la proponga apropiadamente y no aceptan ninguna nueva revelación pública dentro del divino depósito de la fe.
El oficio de los Obispos de santificar
26. El Obispo, revestido como está de la plenitud del Sacramento del Orden, es "el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en la Eucaristía que él mismo celebra, ya sea por sí, ya sea por otros, que hace vivir y crecer a la Iglesia.
Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento .
Ellas son, cada una en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y plenitud (cf. 1 Tes., 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor "a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad".
En toda celebración, reunida la comunidad bajo el ministerio sagrado del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y "unidad del Cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación". En estas comunidades, por más que sean con frecuencia pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, Cristo está presente, el cual con su poder da unidad a la Iglesia, una, católica y apostólica. Porque "la participación del cuerpo y sangre de Cristo no hace otra cosa sino que pasemos a ser aquello que recibimos".
Ahora bien, toda legítima celebración de la Eucaristía la dirige el Obispo, al cual ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religiosa cristiana y de administrarlo conforme a los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, las cuales él precisará según su propio criterio adaptándolas a su diócesis.
Así, los Obispos, orando por el pueblo y trabajando, dan de muchas maneras y abundantemente de la plenitud de la santidad de Cristo. Por medio del ministerio de la palabra comunican la virtud de Dios a todos aquellos que creen para la salvación (cf. Rom., 1,16), y por medio de los sacramentos, cuya administración sana y fructuosa regulan ellos con su autoridad, santifican a los fieles.
Ellos regulan la administración del bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio regio de Cristo. Ellos son los ministros originarios de la confirmación, dispensadores de las sagradas órdenes, y los moderadores de la disciplina penitencial; ellos solícitamente exhortan e instruyen a su pueblo a que participe con fe y reverencia en la liturgia y, sobre todo, en el santo sacrificio de la misa.
Ellos, finalmente, deben edificar a sus súbditos, con el ejemplo de su vida, guardando su conducta no sólo de todo mal, sino con la ayuda de Dios, transformándola en bien dentro de lo posible para llegar a la vida terna juntamente con la grey que se les ha confiado.
Oficio de los Obispos de regir
27. Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo las Iglesias particulares que se les han encomendado, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y con su potestad sagrada, que ejercitan únicamente para edificar su grey en la verdad y la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor y el que ocupa el primer puesto como el servidor (cf. Lc., 22,26-27).
Esta potestad que personalmente poseen en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata aunque el ejercicio último de la misma sea regulada por la autoridad suprema, y aunque, con miras a la utilidad de la Iglesia o de los fieles, pueda quedar circunscrita dentro de ciertos límites.
En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho y ante Dios el deber de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece al culto y organización del apostolado.
A ellos se les confía plenamente el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas, y no deben ser tenidos como vicarios del Romano Pontífice, ya que ejercitan potestad propia y son, con verdad, los jefes del pueblo que gobiernan.
Así, pues, su potestad no queda anulada por la potestad suprema y universal, sino que, al revés, queda afirmada, robustecida y defendida, puesto que el Espíritu Santo mantiene indefectiblemente la forma de gobierno que Cristo Señor estableció en su Iglesia.
El Obispo, enviado por el Padre de familias a gobernar su familia, tenga siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no a ser servido, sino a servir (cf. Mt., 20,28; Mc., 10,45); y a entregar su vida por sus ovejas (cf. J., 10, 11).
Sacado de entre los hombres y rodeado él mismo de flaquezas, puede apiadarse de los ignorantes y de los errados (cf. Hebr., 5,1-2). No se niegue a oír a sus súbditos, a los que como a verdaderos hijos suyos abraza y a quienes exhorta a cooperar animosamente con él.
Consciente de que ha de dar cuenta a Dios de sus almas (cf. Hebr., 13,17), trabaje con la oración, con la predicación y con todas las obras de caridad por ellos y también por los que todavía no son de la única grey; a éstos téngalos por encomendados en el Señor.
Siendo él deudor para con todos, a la manera de Pablo, esté dispuesto a evangelizar a todos (cf. Rom., 1,14-15) y no deje de exhortar a sus fieles a la actividad apostólica y misionera. Los fieles, por su lado, deben estar unidos a su Obispo como la Iglesia lo está con Cristo y como Cristo mismo lo está con el Padre, para que todas las cosas armonicen en la unidad y crezcan para la gloria de Dios (cf. 2 Cor., 4,15).
Los presbíteros y sus relaciones con Cristo, con los Obispos, con el presbiterio y con el pueblo cristiano
28. Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn., 10,36), ha hecho participantes de su consagración y de su misión a los Obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a diversos sujetos en la Iglesia. Así, el ministerio eclesiástico de divina institución es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron Obispos presbíteros, diáconos.
Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obispos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hch., 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino.
Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo, único Mediador (1 Tim., 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en el cual, representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles (cf. 1 Cor., 11,26), representando y aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada (cf. Hebr., 9,14-28).
Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles (cf. Hebr., 5,1-4).
Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad y por Cristo en el Espíritu, la conducen hasta Dios Padre. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad (cf. Jn., 4,24).
Se afanan finalmente en la palabra y en la enseñanza (cf. 1 Tim., 5,17), creyendo en aquello que leen cuando meditan en la ley del Señor, enseñando aquello en que creen, imitando aquello que enseñan.
Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llamados para servir al Pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo.
Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del Cuerpo total de Cristo (cf. Ef., 4,12).
Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuran cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis y aun de toda la Iglesia. Los presbíteros, en virtud de esta participación en el sacerdocio y en la misión, reconozcan al Obispo como verdadero padre y obedézcanle reverentemente.
El Obispo, por su parte, considere a los sacerdotes como hijos y amigos, tal como Cristo a sus discípulos ya no los llama siervos, sino amigos (cf. Jn., 15,15). Todos los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, por razón del orden y del ministerio, están, pues, adscritos al cuerpo episcopal y sirven al bien de toda la Iglesia según la vocación y la gracia de cada cual.
En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad.
Respecto de los fieles, a quienes con el bautismo y la doctrina han engendrado espiritualmente (cf. 1 Cor., 4,15; 1 Pe., 1,23), tengan la solicitud de padres en Cristo. Haciéndose de buena gana modelos de la grey (1 Pe., 5,3), así gobiernen y sirvan a su comunidad local de tal manera que ésta merezca llamarse con el nombre que es gala del Pueblo de Dios único y total, es decir, Iglesia de Dios (cf. 1 Cor., 1,2; 2 Cor., 1,1).
Acuérdese que con su conducta de todos los días y con su solicitud muestran a fieles e infieles, a católicos y no católicos, la imagen del verdadero ministerio sacerdotal y pastoral y que deben, ante la faz de todos, dar testimonio de verdad y de vida, y que como buenos pastores deben buscar también (cf. Lc., 15,4-7) a aquellos que, bautizados en la Iglesia católica, han abandonado, sin embargo, ya sea la práctica de los sacramentos, ya sea incluso la fe.
Como el mundo entero tiende, cada día más, a la unidad de organización civil, económica y social, así conviene que cada vez más los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y cuidados bajo la guía de los Obispos y del Sumo Pontífice, eviten todo conato de dispersión para que todo el género humano venga a la unidad de la familia de Dios.
Los diáconos
29. En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así confortados con la gracia sacramental en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.
Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios.
Dedicados a los oficios de caridad y administración, recuerden los diáconos el aviso de San Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos".
Teniendo en cuenta que, según la disciplina actualmente vigente en la Iglesia latina, en muchas regiones no hay quien fácilmente desempeñe estas funciones tan necesarias para la vida de la Iglesia, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente en la jerarquía.
Tocará a las distintas conferencias episcopales el decidir, oportuno para la atención de los fieles, y en dónde, el establecer estos diáconos. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado se podrá conferir a hombres de edad madura, aunque estén casados, o también a jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato.
CAPITULO IV
LOS LAICOS
Peculiaridad
30. El Santo Sínodo, una vez declaradas las funciones de la jerarquía, vuelve gozosamente su espíritu hacia el estado de los fieles cristianos, llamados laicos. Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios se dirige por igual a los laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden ciertas particularidades cuyos fundamentos, por las especiales circunstancias de nuestro tiempo, hay que considerar con mayor amplitud.
Los sagrados pastores conocen muy bien la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Pues los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo, cooperen unánimemente a la obra común.
Es necesario, por tanto, que todos "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquél que es nuestra Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad" (Ef., 4, 15-16).
Qué se entiende por laicos
31. Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.
El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagrado, aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación particular, en tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas.
A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida.
Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.
A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.
Dignidad de los laicos. Unidad en la diversidad
32. La Iglesia santa, por voluntad divina, está ordenada y se rige con admirable variedad. "Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros" (Rom., 12,4-5).
El pueblo elegido de Dios es uno: "Un Señor, una fe, un bautismo" (Ef. 4,5); común la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección, una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque "no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús" (Gal., 3,28; cf. Col., 3,11).
Aunque no todos en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado la misma fe por la justicia de Dios (cf. 2; Pe., 1,1). Y si es cierto que algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos para los demás como doctores, dispensadores de los misterios y pastores, sin embargo, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo.
La diferencia que puso el Señor entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la unión, puesto que los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad recíproca; los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros, y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez asocien su trabajo con el de los pastores y doctores.
De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo de Cristo; pues la misma diversidad de gracias, servicios y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios, porque "todas estas cosas son obras del único e idéntico Espíritu" (1 Cor., 12,11).
Si, pues, los seglares, por designación divina, tienen a Jesucristo por hermano, que siendo Señor de todas las cosas vino, sin embargo, a servir y no a ser servido (cf. Mt., 20,28), así también tienen por hermanos a quienes, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan la familia de Dios de tal modo que se cumpla por todos el mandato nuevo de la caridad.
A este respecto dice hermosamente San Agustín: "Si me aterra el hecho de lo que soy para vosotros, eso mismo me consuela, porque estoy con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquél es el nombre del cargo; éste de la gracia; aquél el del peligro; éste, el de la salvación".
El apostolado de los laicos
33. Los laicos congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por beneficio del Creador y gracia del Redentor.
El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. Por los sacramentos, especialmente por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquel amor hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado.
Los laicos, sin embargo, están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos.
Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma Iglesia "en la medida del don de Cristo" (Ef., 4,7).
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles, los laicos pueden también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Fil., 4,3; Rom., 16,3ss.).
Por los demás, son aptos para que la jerarquía les confíe el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual.
Así, pues, incumbe a todos los laicos colaborar en la hermosa empresa de que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las tierras. Abraseles, pues, camino por doquier para que, a la medida de sus fuerzas y de las necesidades de los tiempos, participen también ellos, celosamente, en la misión salvadora de la Iglesia.
Consagración del mundo
34. Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta.
Pero aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres.
Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en "hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (1 Pe., 2,5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo.
El testimonio de su vida
35. Cristo, el gran Profeta, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act., 2,17-18; Ap., 19,10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana familiar y social.
Ellos se muestran como hijos de la promesa cuando fuertes en la fe y la esperanza aprovechan el tiempo presente (cf. Ef., 5,16; Col., 4,5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rom., 8,25).
Pero que no escondan esta esperanza en la interioridad del alma, sino manifiéstenla en diálogo continuo y en el forcejeo "con los espíritus malignos" (Ef., 6,12), incluso a través de las estructuras de la vida secular.
Así como los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se nutre la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap., 21,1), así los laicos, se hacen valiosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos (cf. Hebr., 11,1), así asocian, sin desmayo, la profesión de fe con la vida de fe.
Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo, pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo.
En este quehacer es de gran valor aquel estado de vida que está santificado por un especial sacramento, es decir, la vida matrimonial y familiar.
Aquí se encuentra un ejercicio y una hermosa escuela para el apostolado de los laicos cuando la religión cristiana penetra toda institución de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación para que ellos, entre sí, y sus hijos, sean testigos de la fe y del amor de Cristo.
La familia cristiana proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. Y así, con su ejemplo y testimonio, arguye al mundo el pecado e ilumina a los que buscan la verdad.
Por tanto, los laicos, también cuando se ocupan de las cosas temporales, pueden y deben realizar una acción preciosa en orden a la evangelización del mundo. Porque si bien algunos de entre ellos, al faltar los sagrados ministros o estar impedidos éstos en caso de persecución, les suplen en determinados oficios sagrados en la medida de sus facultades, y aunque muchos de ellos consumen todas sus energías en el trabajo apostólico, conviene, sin embargo, que todos cooperen a la dilatación e incremento del Reino de Cristo en el mundo.
Por ello, trabajen los laicos celosamente por conocer más profundamente la verdad revelada e impetren insistentemente de Dios el don de la sabiduría.
En las estructuras humanas
36. Cristo, hecho obediente hasta la muerte y, en razón de ello, exaltado por el Padre (cf. Flp., 2,8-9), entró en la gloria de su reino; a El están sometidas todas las cosas hasta que El se someta a sí mismo y todo lo creado al Padre, para que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 COr., 15,27-28).
Tal potestad la comunicó a sus discípulos para que quedasen constituidos en una libertad regia, y con la abnegación y la vida santa vencieran en sí mismos el reino del pecado (cf. Rom., 6,12), e incluso sirviendo a Cristo también en los demás, condujeran en humildad y paciencia a sus hermanos hasta aquel Rey, a quien servir es reinar.
Porque el Señor desea dilatar su Reino también por mediación de los fieles laicos; un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz, en el cual la misma criatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom., 8,21).
Grande, realmente, es la promesa, y grande el mandato que se da a los discípulos. "Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios" (1 Cor., 3,23).
Deben, pues, los fieles conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la gloria de Dios y, además, deben ayudarse entre sí, también mediante las actividades seculares, para lograr una vida más santa, de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz.
Para que este deber pueda cumplirse en el ámbito universal, corresponde a los laicos el puesto principal. Procuren, pues, seriamente que por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad, elevada desde dentro por la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos, según el plan del Creador y la iluminación de su Verbo, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil; y que a su manera conduzcan a los hombres al progreso universal en la libertad cristiana y humana.
Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana.
A más de lo dicho, los laicos procuren coordinar sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo, si en algún caso incitan al pecado, de modo que todo esto se conforme a las normas de la justicia y favorezca, más bien que impida, la practica de las virtudes. Obrando así impregnarán de sentido moral la cultura y el trabajo humano.
De esta manera se prepara a la vez y mejor el campo del mundo para la siembra de la divina palabra, y se abren de par en par a la Iglesia las puertas por las que ha de entrar en el mundo el mensaje de la paz.
En razón de la misma economía de la salvación, los fieles han de aprender diligentemente a distinguir entre los derechos y obligaciones que les corresponden por su pertenencia a la Iglesia y aquellos otros que les competen como miembros de la sociedad humana.
Procuren acoplarlos armónicamente entre sí, recordando que, en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios.
En nuestro tiempo, concretamente, es de la mayor importancia que esa distinción y esta armonía brille con suma claridad en el comportamiento de los fieles para que la misión de la Iglesia pueda responder mejor a las circunstancias particulares del mundo de hoy.
Porque, así como debe reconocerse que la ciudad terrena, vinculada justamente a las preocupaciones temporales, se rige por principios propios, con la misma razón hay que rechazar la infausta doctrina que intenta edificar a la sociedad prescindiendo en absoluta de la religión y que ataca o destruye la libertad religiosa de los ciudadanos.
Relaciones de los laicos con la jerarquía
37. Los laicos, como todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia, de los sagrados pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la Palabra de Dios y de los sacramentos; y han de hacerles saber, con aquella libertad y confianza digna de Dios y de los hermanos en Cristo, sus necesidades y sus deseos.
En la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que poseen, tienen el derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que dicen relación al bien de la Iglesia.
Hágase esto, si las circunstancias lo requieren, mediante instituciones establecidas al efecto por la Iglesia, y siempre con veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su oficio sagrado, personifican a Cristo.
Procuren los seglares, como los demás fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo, que con su obediencia hasta la muerte abrió a todos los hombres el gozoso camino de la libertad de los hijos de Dios, aceptar con prontitud y cristiana obediencia todo lo que los sagrados pastores, como representantes de Cristo, establecen en la Iglesia actuando de maestros y gobernantes.
Y no dejen de encomendar a Dios en sus oraciones a sus prelados, para que, ya que viven en continua vigilancia, obligados a dar cuenta de nuestras almas, cumplan esto con gozo y no con angustia (cf. Hebr., 13,17).
Los sagrados pastores, por su parte, reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Hagan uso gustosamente de sus prudentes consejos, encárguenles, con confianza, tareas en servicio de la Iglesia, y déjenles libertad y espacio para actuar, e incluso denles ánimo para que ellos, espontáneamente, asuman tareas propias.
Consideren atentamente en Cristo, con amor de padres, las iniciativas, las peticiones y los deseos propuestos por los laicos. Y reconozcan cumplidamente los pastores la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad temporal.
De este trato familiar entre los laicos y pastores son de esperar muchos bienes para la Iglesia, porque así se robustece en los seglares el sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y se asocian con mayor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra de los pastores.
Pues estos últimos, ayudados por la experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud lo mismo los asuntos espirituales que los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo.
Conclusión
38. Cada seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y señal del Dios vivo. Todos en conjunto y cada cual en particular deben alimentar al mundo con frutos espirituales (cf. Gal., 5,22) e infundirle aquel espíritu del que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor, en el Evangelio, proclamó bienaventurados (cf. Mt., 5,3-9). En una palabra, "lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo".
CAPITULO V
UNIVERSAL VOCACION Y LA SANTIDAD EN LA IGLESIA
Llamamiento a la santidad
39. La Iglesia, cuyo misterio expone este sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos "el solo Santo", amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef., 5,25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios.
Por eso, todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol : "Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1 Tes., 4,3; Ef., 1,4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemente y se debe manifestar en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos aquellos que, con edificación de los demás, se acercan en su propio estado de vida a la cumbre de la caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los que comúnmente llamamos consejos evangélicos.
Esta práctica de los consejos, que por impulso del Espíritu Santo algunos cristianos abrazan, tanto en forma privada como en una condición o estado admitido por la Iglesia, da en el mundo, y conviene que lo dé, un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.
El Divino Maestro y modelo de toda perfección
40. Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que El es Maestro y Modelo, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. "Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt., 5, 48).
Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente, para que amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mc., 12,30), y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó (cf. Jn., 13,34; 15,12).
Los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por designio y gracia de El, y justificados en Cristo Nuestro Señor, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida, con la ayuda de Dios.
Les amonesta el Apóstol a que vivan "como conviene a los santos" (Ef., 5,3, y que "como elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia" (Col., 3,12) y produzcan los frutos del Espíritu para santificación (cf. Gal., 5,22; Rom., 6,22).
Pero como todos tropezamos en muchas cosas (cf. Sant., 3,2), tenemos continua necesidad de la misericordia de Dios y hemos de orar todos los días: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt., 6, 12).
Fluye de ahí la clara consecuencia que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano.
Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversas medida de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos santos.
La santidad en los diversos estados
41. Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria.
Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad. Es menester, en primer lugar, que los pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así su ministerio, será para ellos un magnífico medio de santificación.
Los escogidos a la plenitud del sacerdocio reciben como don, con la gracia sacramental, el poder ejercitar el perfecto deber de su pastoral caridad con la oración, con el sacrificio y la predicación, en todo género de preocupación y servicio episcopal, sin miedo de ofrecer la vida por sus ovejas y haciéndose modelo de la grey (cf. 1 Pe., 5,13). Así incluso con su ejemplo, han de estimular a la Iglesia hacia una creciente santidad.
Los presbíteros, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiritual forman participando de la gracia del oficio de ellos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber; conserven el vínculo de la comunión sacerdotal; abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios, emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces con un servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde por la Iglesia de Dios.
Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su grey y por todo el Pueblo de Dios, conscientes de lo que hacen e imitando lo que tratan. Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y contratiempos, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad con la frecuencia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios.
Todos los presbíteros, y en particular los que por el título peculiar de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación el fiel acuerdo y la generosa cooperación con su propio Obispo.
Son también participantes de la misión y de la gracia del supremo sacerdote, de una manera particular, los ministros de orden inferior, en primer lugar los diáconos, los cuales, al dedicarse a los misterios de Cristo y de la Iglesia, deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf. 1 Tim., 3,8-10; 12-13).
Los clérigos, que llamados por Dios y apartados para su servicio se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección, asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios.
A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto.
Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de una incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella.
Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica.
Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores por la salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los achaques y otros muchos sufrimientos o padecen persecución por la justicia: todos aquellos a quienes el Señor en su Evangelio llamó Bienaventurados, y a quienes: "El Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de un poco de sufrimiento, nos perfeccionará El mismo, nos confirmará, nos solidificará" (1 Pe., 5,10).
Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, incluso en el servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo.
Los consejos evangélicos
42. "Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en El" (1 Jn., 4,16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom., 5,5). Por consiguiente, el don principal y más necesario es la caridad con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por El.
Pero a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la Palabra de Dios y cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante a la oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de los demás y al ejercicio de todas las virtudes.
Porque la caridad, como vínculo de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col., 3,14), gobierna todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que el amor hacia Dios y hacia el prójimo sea la característica distintiva del verdadero discípulo de Cristo.
Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie tiene un mayor amor que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Jn., 3,16; Jn., 15,13). Pues bien, ya desde los primeros tiempos algunos cristianos se vieron llamados, y siempre se encontrarán otros llamados a dar este máximo testimonio de amor delante de todos, principalmente delante de los perseguidores.
El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor de la caridad. Y si ese don se da a pocos, conviene que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia.
La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt., 19,11; 1 Cor., 7,7) de entregarse más fácilmente sólo a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf. 1 Cor., 7,32-34).
Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo.
La Iglesia considera también la amonestación del Apóstol, quien, animando a los fieles a la práctica de la caridad, les exhorta a que "sientan en sí lo que se debe sentir en Cristo Jesús", que "se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo... hecho obediente hasta la muerte" (Flp., 2,7-8), y por nosotros " se hizo pobre, siendo rico" (2 Cor., 8,9).
Y como este testimonio e imitación de la caridad y humildad de Cristo, habrá siempre discípulos dispuestos a darlo, se alegra la Madre Iglesia de encontrar en su seno a muchos, hombres y mujeres, que sigan más de cerca el anonadamiento del Salvador y la ponen en más clara evidencia, aceptando la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando a su propia voluntad, pues ésos se someten al hombre por Dios en materia de perfección, más allá de lo que están obligados por el precepto, para asemejarse más a Cristo obediente.
Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar la santidad y la perfección de su propio estado. Vigilen, pues, todos por ordenar rectamente sus sentimientos, no sea que en el uso de las cosas de este mundo y en el apego a las riquezas, encuentren un obstáculo que les aparte, contra el espíritu de pobreza evangélica, de la búsqueda de la perfecta caridad, según el aviso del Apóstol: "Los que usan de este mundo, no se detengan en eso, porque los atractivos de este mundo pasan" (cf. 1 Cor., 7,31).
CAPITULO VI
DE LOS RELIGIOSOS
La profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia
43. Los consejos evangélicos, castidad ofrecida a Dios, pobreza y obediencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor y recomendados por los Apóstoles, por los padres, doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió del Señor, y que con su gracia se conserva perpetuamente.
La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar esos consejos, de regular su práctica y de determinar también las formas estables de vivirlos. De ahí ha resultado que han ido creciendo, a la manera de un árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del Señor a partir de una semilla puesta por Dios, formas diversísimas de vida monacal y cenobítica (vida solitaria y vida en común) en gran variedad de familias que se desarrollan, ya para ventaja de sus propios miembros, ya para el bien de todo el Cuerpo de Cristo.
Y es que esas familias ofrecen a sus miembros todas las condiciones para una mayor estabilidad en su modo de vida, una doctrina experimentada para conseguir la perfección, una comunidad fraterna en la milicia de Cristo y una libertad mejorada por la obediencia, en modo de poder guardar fielmente y cumplir con seguridad su profesión religiosa, avanzando en la vida de la caridad con espíritu gozoso.
Un estado, así, en la divina y jerárquica constitución de la Iglesia, no es un estado intermedio entre la condición del clero y la condición seglar, sino que de ésta y de aquélla se sienten llamados por Dios algunos fieles al goce de un don particular en la vida de la Iglesia para contribuir, cada uno a su modo, en la misión salvífica de ésta.
Naturaleza e importancia del estado religioso en la Iglesia
44. Por los votos, o por otros sagrados vínculos análogos a ellos a su manera, se obliga el fiel cristiano a la práctica de los tres consejos evangélicos antes citados, entregándose totalmente al servicio de Dios sumamente amado, en una entrega que crea en él una especial relación con el servicio y la gloria de Dios.
Ya por el bautismo había muerto el pecado y se había consagrado a Dios; ahora, para conseguir un fruto más abundante de la gracia bautismal trata de liberarse, por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia, de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, y se consagra más íntimamente al divino servicio.
Esta consagración será tanto más perfecta cuanto por vínculos más firmes y más estables se represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Esposa, la Iglesia.
Y como los consejos evangélicos tienen la virtud de unir con la Iglesia y con su ministerio de una manera especial a quienes los practican, por la caridad a la que conducen, la vida espiritual de éstos es menester que se consagre al bien de toda la Iglesia.
De ahí hace el deber de trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, sea con la oración, sea con la actividad laboriosa, por implantar o robustecer en las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por el ancho mundo. De ahí también que la Iglesia proteja y favorezca la índole propia de los diversos Institutos religiosos.
Por consiguiente, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un distintivo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vocación cristiana. Porque, al no tener el Pueblo de Dios una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los presentes los bienes celestiales -presentes incluso en esta vida- y, sobre todo, da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura y la gloria del Reino celestial.
Y ese mismo estado imita más de cerca y representa perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al venir al mundo para cumplir la voluntad del Padre y que dejó propuesta a los discípulos que quisieran seguirle. Finalmente, pone a la vista de todos, de una manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo terreno y sus grandes exigencias; demuestra también a la Humanidad entera la maravillosa grandeza de la virtud de Cristo que reina y el infinito poder del Espíritu Santo que obra maravillas en su Iglesia.
Por consiguiente, un estado cuya esencia está en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una manera indiscutible, a su vida y a su santidad.
Bajo la autoridad de la Iglesia
45. Siendo un deber de la jerarquía eclesiástica al apacentar al Pueblo de Dios y conducirlo a los pastos mejores (cf. Ez., 34,14), toca también a ella dirigir con la sabiduría de sus leyes la práctica de los consejos evangélicos, con los que se fomenta de un modo singular la perfección de la caridad hacia Dios y hacia el prójimo.
La misión jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso del Espíritu Santo admite las reglas propuestas por varones y mujeres ilustres, y las aprueba auténticamente después de una más completa ordenación, y, además está presente con su autoridad vigilante y protectora en el desarrollo de los Institutos, erigidos por todas partes para la edificación del Cuerpo de Cristo, a fin de que crezcan y florezcan en todos modos, según el espíritu de sus fundadores.
El Sumo Pontífice, por razón de su primado sobre toda la Iglesia, mirando a la mejor providencia por las necesidades de toda la grey del Señor, puede eximir de la jurisdicción de los ordinarios y someter a su sola autoridad cualquier Instituto de perfección y a todos y cada uno de sus miembros.
Y por la misma razón pueden ser éstos dejados o confiados a la autoridad patriarcal propia. Los miembros de estos Institutos, en el cumplimiento de sus deberes para con la Iglesia según la forma peculiar de su Instituto, deben prestar a los Obispos la debida reverencia y obediencia según las leyes canónicas, por su autoridad pastoral en las Iglesias particulares y por la necesaria unidad y concordia en el trabajo apostólico.
La Iglesia no sólo eleva con su sanción la profesión religiosa a la dignidad de un estado canónico, sino que la presenta en la misma acción litúrgica como un estado consagrado a Dios. Ya que la misma Iglesia, con la autoridad recibida de Dios, recibe los votos de los profesos, les obtiene del Señor, con la oración pública, los auxilios y la gracia divina, les encomienda a Dios y les imparte una bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico.
Estima de la profesión de los consejos evangélicos
46. Pongan, pues, especial solicitud los religiosos en que, por ellos, la Iglesia demuestre mejor cada día a fieles e infieles, el Cristo, ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el Reino de Dios a las turbas, sanando enfermos y heridos, convirtiendo los pecadores a una vida correcta, bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que le envió.
Tengan por fin todos bien entendido que la profesión de los consejos evangélicos, aunque lleva consigo la renuncia de bienes que indudablemente se han de tener en mucho, sin embargo, no es un impedimiento para el desarrollo de la persona humana, sino que, por su misma naturaleza, la favorece grandemente.
Porque los consejos evangélicos, aceptados voluntariamente según la vocación personal de cada uno, contribuyen no poco a la purificación del corazón y a la libertad del espíritu, excitan continuamente el fervor de la caridad y, sobre todo, como se demuestra con el ejemplo de tantos santos fundadores, son capaces de asemejar más la vida del hombre cristiano con la vida virginal y pobre que para sí escogió Cristo Nuestro Señor y abrazó su Madre la Virgen. Ni piense nadie que los religiosos por su consagración, se hacen extraños a la Humanidad o inútiles para la ciudad terrena.
Porque, aunque en algunos casos no estén directamente presente ante los coetáneos, los tienen, sin embargo, presentes, de un modo más profundo, en las entrañas de Cristo y cooperan con ellos espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en Dios y se dirija a El, "no sea que trabajen en vano los que la edifican".
Por eso, este Sagrado Sínodo confirma y alaba a los hombres y mujeres, hermanos y hermanas que, en los monasterios, en las escuelas y hospitales o en las misiones, ilustran a la Esposa de Cristo con la constante y humilde fidelidad en su consagración y ofrecen a todos los hombres generosamente los más variados servicios.
Perseverancia
47. Esmérese por consiguiente todo el que haya sido llamado a la profesión de esos consejos, por perseverar y destacarse en la vocación a la que ha sido llamado, para que más abunde la santidad en la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad.
CAPITULO VII
INDOLE ESCATOLOGICA DE LA IGLESIA PEREGRINANTE Y SU UNION CON LA IGLESIA CELESTIAL
Índole escatológica de nuestra vocación en la Iglesia
48. La Iglesia a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección sino "cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas" (Act., 3,21) y cuando, con el género humano, también el universo entero, que está íntimamente unido con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovado (cf. Ef., 1,10; Col., 1,20; 2 Pe., 3,10-13).
Porque Cristo levantado en alto sobre la tierra atrajo hacia Sí a todos los hombres (cf. J., 12,32); resucitando de entre los muertos (cf. Rom., 6,9) envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como Sacramento universal de salvación; estando sentado a la diestra del Padre, sin cesar actúa en el mundo para conducir a los hombre a su Iglesia y por Ella unirlos a Sí más estrechamente, y alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre hacerlos partícipes de su vida gloriosa.
Así que la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, en tanto que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y labramos nuestra salvación (cf. Flp., 2,12).
La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (cf. 1 Cor., 10,11), y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia, aun en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta, santidad.
Y mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que tenga su morada la santidad (cf. 2 Pe., 3,13), la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de este mundo que pasa, y Ella misma vive entre las criaturas que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom., 8,19-22).
Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados con el sello del Espíritu Santo, "que es prenda de nuestra herencia" (Ef., 1,14), somos llamados hijos de Dios y lo somos de verdad (cf. 1 Jn., 3,1); pero todavía no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col., 3,4), en la que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn., 3,2).
Por tanto, "mientras habitamos en este cuerpo, vivimos en el destierro lejos del Señor" (2 Cor., 5,6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (cf. Rom., 8,23) y ansiamos estar con Cristo (cf. Flp., 1,23).
Ese mismo amor nos apremia a vivir más y más para Aquel que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Cor., 5,15). Por eso ponemos toda nuestra voluntad en agradar al Señor en todo (cf. 2 Cor., 5,9), y nos revestimos de la armadura de Dios para permanecer firmes contra las asechanzas del demonio y poder resistir en el día malo (cf. Ef., 6,11-13).
Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Hb., 9,27), si queremos entrar con El a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt., 25,31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt., 25,26), seamos arrojados al fuego eterno (cf. Mt., 25,41), a las tinieblas exteriores en donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt., 22,13-25,30).
En efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer "ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada cual según las obras buenas o malas que hizo en su vida mortal (2 Cor., 5,10); y al fin del mundo "saldrán los que obraron el bien, para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación" (Jn., 5,29; cf. Mt., 25,46).
Teniendo, pues, por cierto, que "los padecimientos de esta vida presente son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros" (Rom., 8,18; cf. 2 Tim., 2,11-12), con fe firme esperamos el cumplimiento de "la esperanza bienaventurada y la llegada de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tit., 2,13), quien "transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al suyo" (Flp., 3,21) y vendrá "para ser" glorificado en sus santos y para ser "la admiración de todos los que han tenido fe" (2 Tes., 1,10).
Comunión de la Iglesia celestial con la Iglesia peregrinante
49. Así, pues, hasta cuando el Señor venga revestido de majestad y acompañado de todos sus ángeles (cf. Mt., 25,3) y destruida la muerte le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Cor., 15,26-27), algunos entre sus discípulos peregrinan en la tierra otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados contemplando claramente al mismo Dios, Uno y Trino, tal cual es; mas todos, aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios.
porque todos los que son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes espirituales.
Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1 Cor., 12,12-27).
Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan "de la presencia del Señor" (cf. 2 Cor., 5,8); por El, con El y en El no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando por medio del único Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús ( 1 Tim., 2,5), los méritos que en la tierra alcanzaron; sirviendo al Señor en todas las cosas y completando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col., 1,24). Su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad.
Relaciones de la Iglesia peregrinante con la Iglesia celestial
50. La Iglesia de los peregrinos desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac., 12,46).
Siempre creyó la Iglesia que los apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado un supremo testimonio de fe y de amor con el derramamiento de su sangre, nos están íntimamente unidas; a ellos, junto con la Bienaventurada Virgen María y los santos ángeles , profesó peculiar veneración e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión.
A éstos, luego se unieron también aquellos otros que habían imitado más de cerca la virginidad y la pobreza de Cristo, y, en fin, otros, cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos divinos carismas lo hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles.
Al mirar la vida de quienes siguieron fielmente a cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la Ciudad futura (cf. Hebr., 13,14-11,10), y al mismo tiempo aprendemos cuál sea, entre las mundanas vicisitudes, al camino seguro conforme al propio estado y condición de cada uno, que nos conduzca a la perfecta unión con Cristo, o sea a la santidad.
Dios manifiesta a los hombres en forma viva su presencia y su rostro, en la vida de aquellos, hombres como nosotros que con mayor perfección se transforman en la imagen de Cristo (cf. 2 Cor., 3,18). En ellos, El mismo nos habla y nos ofrece su signo de ese Reino suyo hacia el cual somos poderosamente atraídos, con tan grande nube de testigos que nos cubre (cf. Hb., 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio.
Y no sólo veneramos la memoria de los santos del cielo por el ejemplo que nos dan, sino aún más, para que la unión de la Iglesia en el Espíritu sea corroborada por el ejercicio de la caridad fraterna (cf. Ef., 4,1-6).
Porque así como la comunión cristiana entre los viadores nos conduce más cerca de Cristo, así el consorcio con los santos nos une con Cristo, de quien dimana como de Fuente y Cabeza toda la gracia y la vida del mismo Pueblo de Dios.
Conviene, pues, en sumo grado, que amemos a estos amigos y coherederos de Jesucristo, hermanos también nuestros y eximios bienhechores; rindamos a Dios las debidas gracias por ello, "invoquémoslos humildemente y, para impetrar de Dios beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, único Redentor y Salvador nuestro, acudamos a sus oraciones, ayuda y auxilios.
En verdad, todo genuino testimonio de amor ofrecido por nosotros a los bienaventurados, por su misma naturaleza, se dirige y termina en Cristo, que es la "corona de todos los santos", y por El a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado".
Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza en forma nobilísima, especialmente cuando en la sagrada liturgia, en la cual "la virtud del Espíritu Santo obra sobre nosotros por los signos sacramentales", celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de la Divina Majestad, y todos los redimidos por la Sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (cf. Ap., 5,9), congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza de Dios Uno y Trino.
Al celebrar, pues, el Sacrificio Eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma comunión, "venerando la memoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, del bienaventurado José y de los bienaventurados Apóstoles, mártires y santos todos".
El Concilio establece disposiciones pastorales
51. Este Sagrado Sínodo recibe con gran piedad tan venerable fe de nuestros antepasados acerca del consorcio vital con nuestros hermanos que están en la gloria celestial o aún están purificándose después de la muerte; y de nuevo confirma los decretos de los sagrados Concilios Niceno II, Florentino y Tridentino.
Junto con esto, por su solicitud pastoral, exhorta a todos aquellos a quienes corresponde para que traten de apartar o corregir cualesquiera abusos, excesos o defectos que acaso se hubieran introducido y restauren todo conforme a la mejor alabanza de Cristo y de Dios.
Enseñen, pues, a los fieles que el auténtico culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor práctico, por el cual para mayor bien nuestro y de la Iglesia, buscamos en los santos "el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión".
Y, por otro lado, expliquen a los fieles que nuestro trato con los bienaventurados, si se considera en la plena luz de la fe, lejos de atenuar el culto latréutico debido a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, más bien lo enriquece ampliamente.
Porque todos los que somos hijos de Dios y constituímos una familia en Cristo (cf. Hebr., 3,6), al unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza de la Trinidad, correspondemos a la íntima vocación de la Iglesia y participamos con gusto anticipado de la liturgia de la gloria perfecta del cielo.
Porque cuando Cristo aparezca y se verifique la resurrección gloriosa de los muertos, la claridad de Dios iluminará la ciudad celeste y su Lumbrera será el Cordero (cf. Ap., 21,24). Entonces toda la Iglesia de los santos, en la suma beatitud de la caridad, adorará a Dios y "al Cordero que fue inmolado" (Ap., 5,12), a una voz proclamando "Al que está sentado en el Trono y al Cordero: la alabanza el honor y la gloria y el imperio por los siglos de los siglos" (Ap., 5,13-14).
CAPITULO VIII
LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
Proemio
52. El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gal., 4,4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen".
Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria, "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".
La Bienaventurada Virgen y la Iglesia
53. En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas.
Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su
amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.
Intención del Concilio
54. Por eso, el Sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el Divino Redentor, realiza la salvación, quiere aclarar cuidadosamente tanto la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos.
Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las Escuelas católicas sobre Aquélla, que en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros.
II. OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
La Madre del Mesías en el Antiguo Testamento
55. La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo.
Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen., 3,15).
Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (Is., 7,14; Miq., 5,2-3; Mt., 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.
María en la Anunciación
56. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la Encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuirá a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la vida misma que renueva todas las cosas y que fue adornada por Dios con dones dignos de tan gran oficio.
Por eso, no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia" (cf. Lc., 1,28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc., 1,38).
Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente.
Con razón, pues, los Santos Padres estima a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero".
Por eso, no pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman: "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe" ; y comparándola con Eva, llaman a María Madre de los vivientes, y afirman con mayor frecuencia: "La muerte vino por Eva; por María, la vida".
La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús
57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en a salvación prometida, y el precursor saltó de gozo (cf. Lc., 1,41-45) en el seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal.
Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor en el Templo, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cfr. Lc., 2,34-35).
Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. lc., 2,41-51).
La Bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús
58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente; ya al principio durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2,1-11). En el decurso de su predicación recibió las palabras con las que el Hijo (cf. Lc., 2,19-51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3,35; Lc., 11, 27-28).
Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn., 19,26-27).
La Bienaventurada Virgen después de la Ascensión de Jesús
59. Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este" (Act., 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación.
Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejará más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap., 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte.
III. LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
María, esclava del Señor, en la obra de la redención y de la santificación
60. Unico es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: "Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos" (1 Tim., 2,5-6).
Pero la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada VIrgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
Maternidad espiritual
61. La Bienaventurada VIrgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.
62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación.
Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.
Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
María, como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia
63. La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. la Madre de Dios es tipo de la Iglesia, orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo.
Porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre, pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom., 8,29), a saber, los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor.
64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre por la palabra de Dios fielmente recibida: en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad.
Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia
65. Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef., 5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes.
La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo entrado íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre.
La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso tipo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y bendiciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.
La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.
IV. CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA
Naturaleza y fundamento del culto
66. María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen en honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas.
Especialmente desde el Sínodo de Efeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y en el amor, en la invocación e imitación, según palabras proféticas de ella misma: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso" (Lc., 1,48).
Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se rinde al Verbo Encarnado, igual que al Padre y al Espíritu Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina santa y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col., 1,15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col., 1,19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.
Espíritu de la predicación y del culto
67. El Sacrosanto Sínodo enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los Santos.
Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración, como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las Litúrgicas de la Iglesia bajo la dirección de Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad, y, con diligencia, aparten todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.
Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.
V. MARIA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE
María, signo del pueblo de Dios
68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf., 2 Pe., 3,10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo.
María interceda por la unión de los cristianos
69. Ofrece gran gozo y consuelo para este Sacrosanto Sínodo, el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios.
Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que asistió con sus oraciones a la naciente Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.